El problema ontológico
El problema ontológico es la controversia que surge cuando discutimos acerca de la existencia o no de una entidad particular. Una de las costumbres humanas más extendida y perenne consiste en postular entidades. Como animales racionales que somos, nos pasamos la vida teorizando acerca de lo que ocurre a nuestro alrededor y, en el transcurso de nuestra actividad teórica, postulamos entidades. Estas teorías dan sentido al mundo que nos rodea, sin embargo pronto nos metemos en problemas, a saber, en seguida aparecen voces discordantes que dicen que las entidades que postulamos no existen y que, por tanto, nuestra teoría, el sentido que le habíamos dado a la parcela de la realidad sobre la que trataba nuestra teoría, es equivocada.
Es en este contexto en el que surge el clásico y tradicional, a la vez que actual, problema ontológico, el cual fue formulado de forma certera por W. v O. Quine en su artículo «Acerca de lo que hay», publicado en 1949. Para Quine el problema ontológico tiene una formulación muy sencilla: «¿Qué hay?» Y su respuesta es, igualmente, sencilla: hay todo, es decir, hay lo que hay. Los problemas solo surgen, según su punto de vista, en «casos concretos», es decir, cuando se enfrentan distintas teorías acerca de una misma parcela de la realidad.
1. El origen del problema ontológico
Sea porque queramos entender por qué existe el mundo, sea porque queramos entender por qué los hijos se parecen a los padres, la mayoría de las veces tenemos que postular alguna entidad que da sentido a nuestros interrogantes sobre el mundo que nos rodea. Dios y los ángeles, los genes y los átomos, los números y las figuras geométricas, el planeta Neptuno y el planeta Vulcano, la mente, etc. son ejemplos de entidades que se han postulado a lo largo de la historia. Unas veces se acaba descubriendo que tales entidades, de hecho, existen (los genes, los átomos, el planeta Neptuno, etc.), otras veces descubrimos que no existían tales entidades y que estábamos equivocados (el planeta Vulcano, por ejemplo).
Es en estos casos particulares en los que el problema ontológico surge. Alguien piensa que en el mundo hay Dios y ángeles, eso le da sentido a su mundo. Alguien más está en desacuerdo. Cree que en el mundo no hay cosas como Dios y los ángeles. Y aquí se inicia la controversia.
2. La dificultad del problema ontológico: La barba de Platón
De nuevo fue Quine quien llamó la atención sobre la dificultad del problema ontológico. Según su punto de vista, esta se basa en la dificultad de la formulación de la controversia entre puntos de vista contrapuestos acerca de lo que hay. De forma esquemática, en este tipo de disputas nos encontramos con dos grandes tipos en los que se pueden categorizar a los participantes en el debate. Por un lado, están quienes postulan entidades no evidentes, las cuales pueden pertenecer a diversos tipos ontológicos. Dentro de este grupo hay diversas variantes. En efecto, están quienes postulan objetos abstractos u objetos mentales. Por otra parte, están quienes se niegan a postular entidades de forma indiscriminada.
Quine observó que, cuando la parte que se niega a postular entidades intenta formular la controversia que mantiene con su oponente, este le acusa de caer en una contradicción, ya que al negar la existencia de las entidades que postula la otra parte se ve obligado a afirmarla. Un ejemplo aclarará esto. Supongamos que negamos la existencia de Heracles y afirmamos (1)
(1) Heracles no existe.
Para que (1) sea significativa, «Heracles» ha de tener significado. Ahora bien, ¿cuál es el significado de «Heracles»? Tradicionalmente se ha supuesto que el significado de un nombre propio es el objeto que nombra. Así, si (1) es significativa, entonces tiene que haber un objeto al que llamamos Heracles, de lo contrario (1) no tendría significado. Ahora bien, el hecho de que (1) sea significativa implica que caemos en una paradoja, pues al utilizar «Heracles» significativamente presuponemos su existencia, para después negarla. A este argumento Quine lo llamó La barba de Platón
Quine pensó en una forma de resolver esta dificultad. En lugar de utilizar nombres, había que convertir estos en predicados. Así, en vez de hablar de Heracles, lo haríamos de «la cosa que heracletea». De este modo, (1) se reformularía como (2)
(2) La cosa que heracletea no existe.
La diferencia entre (1) y (2) es que en (1) se niega la existencia de un individuo concreto, Heracles, mientras que en (2) se niega que haya algún individuo con la propiedad de heracletear.