El viaje de los argonautas
El siguiente relato que vamos a tratar, por su contenido importante no sólo en mitología, sino por las reflexiones filosóficas que en sí contiene, es un aventurero, mágico y largo viaje a la conquista del vellocino de oro, constituyendo el argumento de una de las más fascinantes epopeyas de la Antigüedad griega. Trata, fundamentalmente, de una empresa colectiva en las que destacan Peleo (padre de Aquiles), Cástor, Hércules, Telamón… Sin embargo, el mito en sí únicamente se centra en la figura de uno de ellos, Jasón, jefe de la expedición, quien asume, a nuestros ojos, una fisonomía particularmente humana.
Jasón, hijo de Esón y de Alcimeda, tenía que suceder a su padre en el trono de Orcómeno, situado en Beocia, pero éste fue depuesto y exiliado del país por su hermano Pelias. Con el fin de que, aún niño, Jasón no corriera ningún tipo de peligro, sus padres pensaron en esconderlo y protegerlo, entregándolo al cuidado de Quirón, el centauro preceptor de héroes.
Cuando tuvo veinte años, Jasón manifestó la voluntad de descender hasta la ciudad donde residía Pelias (Yolcos), y expulsarlo. Cubierto con una leonada piel de fiera, Jasón se puso en camino, y al llegar a un punto determinado de su viaje, encontró a una humilde vieja que no sabía cómo atravesar un curso de agua muy impetuoso. La cargó sobre sus espaldas, y la transportó hasta la otra orilla, pero en la mitad de la corriente perdió una sandalia. La anciana no era otra que la diosa Juno, quien, una vez revelada al joven, le prometió ayuda para el futuro.
Pelias, mientras tanto, había interrogado como de costumbre a un oráculo con el fin de conocer el futuro de su propio reino, y había sido exhortado a protegerse del hombre que se presentara ante él con una sola sandalia. Por este hecho, y cuando vio llegar a Jasón, intentó alejar el peligro, acogiéndole con suma astucia de forma buena, amable, y solidaria, y formalizando un pacto con él: le sería restituido el trono y todas las riquezas de su padre si conseguía traerle el conocido vellocino de oro. Hay que destacar que, según las previsiones (y deseos) de Pelias, Jasón tenía que perder la vida.
En efecto, el vellocino de oro consistía en una preciosa piel de un carnero divino, el cual se encontraba cuidadosamente colgado en las ramas de una encina consagrada a Marte, en la lejana Cólquida.
Empero, el viaje no era lo únicamente peligroso a superar, pues incluso un espantoso dragón custodiaba el tesoro. Pero, nuestro protagonista de hoy, sin temor ni miedo, se puso en marcha ante tal heroica osadía, haciendo construir por Argos una nave de cincuenta remos que recibió el nombre de su constructor. Llamados por éste los más fieros y fuertes héroes (Hequidón, Hércules, Peleo, Telamón, Calais, Cete…) se embarcaron en la expedición.
La nave zarpó del puerto de Armino, saluda por una multitud alegre y a la vez conmovida. Un viento favorable sopló sobre las velas, ayudando en la travesía.
En una ocasión, una violenta tempestad golpeó los flancos de la nave, y, tiempo después, los héroes se vieron obligados a desembarcar para reparar los daños ocasionados por ésta. Una vez pusieron los pies en la isla de Cícico, fueron asaltados por unos gigantescos monstruos de seis brazos, los cuales arrojaron sobre ellos enormes piedras. En este punto, Hércules, consiguió matar a muchos con su infalible arco. Seguidamente, en las lejanas costas de Misia, las ninfas náyades se enamoraron de Ila, el hermoso hijo de Hércules, y lo raptaron.
Una vez llegados a las costas de Tracia, los argonautas encontraron al infeliz adivino Finero, el cual era ciego, y había sido castigado por Júpiter con una terrible condena por haber revelado demasiado a los hombres con respecto a muchos secretos del porvenir: cada vez que deseaba comer, las harpías (horribles pájaros con cabeza de mujer y cuerpo de cuervo) volaban sobre él dejando caer sobre sus alimentos líquidos infectos. Los dos hijos de Bóreas, Cete y Calais, acudieron en su ayuda y, soplando, consiguieron dispersarlas. A cambio de su liberación, el adivino Fineo advirtió a los argonautas de un grave peligro inminente, y les enseñó el modo de superarlo.
Después de superar estos y otros muchos peligros, los argonautas consiguieron alcanzar la Cólquida. Aquí, resonaban los terribles lamentos de Prometeo encadenado, donde reinaba Aetes. Éste no se opuso a los deseos de Jasón, aunque estableció que antes de apoderarse del vellocino el héroe debía superar una difícil prueba, la cual consistía en un uncir a un arado dos toros salvajes que arrojaban llamas por la nariz, abrir un surco y sembrar en él los dientes del dragón, de los que nacerían unos guerreros gigantescos que Jasón tenía que perseguir y matar.
Sin embargo, Jasón se enamoró de Medea, hija de Aetes, la cual le dio un ungüento que tenía el poder de convertir en invulnerable a quien lo usara, y una piedra que éste debía lanzar contra los gigantes. Con todo ello, Jasón consiguió uncir a los toros, y dar muerte a gran cantidad de los guerreros que surgían de los dientes del dragón que él mismo había sembrado. Finalmente, cuando sus adversarios estaban a punto de acabar con él, lanzó contra ellos la piedra mágica, lo que hizo que los gigantescos monstruos se lanzaran unos contra otros.
Jasón así, se adentró en el bosque, en el cual estaba el citado vellocino de oro. Medea llamó al Sueño, y por su mediación logró adormecer los miembros del monstruo que guardaba el precioso trofeo. Pudo apoderarse del vellocino, y regresar a la nave.