La Integridad
La integridad es una virtud, designa la pureza y la grandeza de los actos y la relación armoniosa entre el cuerpo la mente y el espíritu.
Una persona íntegra es recta, desinteresada y proba; su conducta, sus dichos y su pensamiento forman una unidad, su personalidad no está fragmentada, es entera y completa.
En un mundo donde los valores éticos tienden a desaparecer para ser reemplazados por la conveniencia y la oportuna fuerza del olvido, todo el mundo se puede reivindicar aunque la sombra de la sospecha o las pruebas contundentes lo condenen.
La palabra integridad no la pude encontrar en dos enciclopedias, coherente con los hechos, ya no se necesita definir lo que casi se puede asegurar que no existe.
La integridad no supone la perfección sino la intención de ser fiel a uno mismo respondiendo según el marco de referencia del propio código ético.
Pero muchos prefieren manejarse como lo hacen quienes admiran, tomándolos como modelos de comportamiento, por los aparentes resultados que obtienen.
Si hacer lo que hace el otro representa para muchos el cumplimiento de sus propósitos, no dudan en hacer lo mismo, aunque cercene sus propios principios, borre los débiles rastros de sus genuinos valores y sientan que en el fondo han perdido su dignidad.
La persona íntegra difícilmente pueda lograr estabilidad en una organización ya establecida, porque en algún momento será absorbido por la trenza, y deberá transar o sucumbir, negociar o estar contra todos, y se verá obligado a entrar en algún arreglo espurio, ya que la corrupción se encuentra en las raíces de la sociedad y lo que brota de ella siempre son malezas.
El íntegro es por definición un iniciador, no un seguidor, porque es alguien que puede modificar el cómo se hacen la cosas por el cómo deben ser y crear el ambiente adecuado con las personas como él, para poder conseguir objetivos sin tener que poner los pies en el barro.
Estamos tan convencidos que por derecha no se obtiene nada que ya no se considera esa opción sino su opuesta, porque no se puede negar que la fila de los que van por izquierda es siempre más larga.
Cambiar este estado de cosas exige un cambio de conciencia individual que modifique el imaginario colectivo; porque la deshonestidad, lejos de ser un motivo para avergonzarse, se ha convertido en una cualidad necesaria para el éxito, un mérito que enorgullece a los arribistas, a los que no hacen amansadoras ni colas, a los que se mueven con soltura entre los influyentes y conocen a las seis personas claves ante quien se tienen que inclinar para triunfar.
Sin embargo, la integridad y el don de gente, que poseen aquellos que saben lo que quieren y lo que no quieren, aunque pocos difundidos, aún siguen siendo condiciones que prestigian a quienes realmente se lo merecen, los tildados de moscas blancas, idealistas, raros, románticos, que son los que aún creen en esos valores.
Los que se benefician con la mala memoria y el olvido, tal vez lleguen a lograr sus objetivos, gracias a las estrategias y artilugios que aprendieron para conseguir las cosas sin ningún mérito, sin esfuerzos y sin merecerlas.
Sin embargo, todos tienen conciencia, aunque actúen como si no la tuvieran, y nada podrá evitar que vivan proyectando su desasosiego con su eterno malestar y malhumor, intentando infructuosamente, de recuperar su paz interior.