Excálibur
Excálibur es el nombre de un perro que ha sido sacrificado recientemente por las autoridades españolas. El animal pertenecía a Teresa Ramírez, la primera persona contagiada de ébola fuera de África. Se trata de una auxiliar de enfermería que atendió a un misionero español infectado en África y repatriado por el Gobierno de España. El caso es que el animal ha sido sacrificado por precaución, pues no se sabía ni tan siquiera si estaba infectado o no. En cualquier caso, el sacrificio originó una protesta social y ha tenido un gran revuelo mediático, tanto dentro del país como más allá de sus fronteras.
Pero más allá del revuelo mediático y de la protesta social, cabe preguntarse si estaba justificado tal sacrificio desde un punto de vista ético.
¿Qué circunstancias justificarían sacrificar a Excálibur?
Si las personas que tuvieron contacto con la enfermera contagiada están bajo vigiliancia, ¿por qué el perro ha de ser sacrificado? ¿Por qué el animal no ha sido puesto en cuarentena hasta que quede verificado que no supone riesgo para la salud pública? La única razón que justificaría el sacrificio de Excálibur es que el riesgo que suponía el perro a priori fuera tan alto que mantenerlo vivo supusiera un peligro real.
Esta razón justificaría que se sacrificara al perro. Ahora que examinar el caso de Excálibur para determinar si está justificado su sacrificio, desde este punto de vista.
¿Supone Excálibur un riesgo real para la salud pública?
Si el perro ha sido sacrificado es porque se ha supuesto que resulta un peligro para la salud pública. Esta es, al menos, la razón aparente. En realidad es muy probable que el perro haya sido sacrificado por una cuestión de marketing político, pero imaginemos que el motivo real de su sacrificio ha sido evitar el riesgo que supone para la salud pública. Bien, en este caso hay que preguntarse si es cierto que supone un riesgo.
A este respecto, la comunidad científica no se pone de acuerdo. Existe un estudio realizado en Gabón sobre la transmisión del virus del ébola a los perros. El estudio concluyó que 9 de cada 25 perros que habían estado en contacto con el virus, sobre todo que habían consumido carne infectada, se habían contagiado. En el caso de los perros ocurre que no presentan síntomas de la enfermedad. Por lo que respecta al contagio del virus de perros a humanos, no existen estudios y nada se sabe al respecto.
Ahora bien, ¿significa esto que no existe riesgo de que el perro pueda contagiar el ébola a los seres humanos? No, significa que no lo sabemos. ¿Y qué dicen los expertos al respecto? Dicen, en primer lugar, que el riesgo de que Excálibur hubiera estado contagiado era mínimo. En segundo lugar, lo ya apuntado: que el riesgo de que Excálibur infecte a un humano, si está contagiado, es mínimo.
Por una parte, algunos opinan que el perro debería ser sacrificado. Otros, sin embargo, piensan que debe permanecer en cuarentena. En este caso se dice que el animal podría haber tenido un gran valor para la ciencia, para conocer mejor la enfermedad. Estamos en un callejón sin salida. Formulemos la pregunta de otra manera: ¿Fue correcto sacrificar a Excálibur sin saber ni tan siquiera si estaba contagiado? Esta forma de plantear la pregunta nos lleva a preguntarnos si el valor de la vida del perro era tan bajo que no justificaba riesgos de mantenerlo vivo en cuarentena.
El valor de la vida de Excálibur
Lo que queda claro de lo anterior es que, por un lado, existe un riesgo mínimo de que el perro esté contagiado, que existe un riesgo mínimo de que el perro contagie a otras personas y que no se sabía si el perro estaba infectado. Ahora bien, a pesar de todo, la vida del animal no tenía para las autoridades sanitarias españolas el valor suficiente como para, al menos, verificar que el perro había sido contagiado de ébola por su dueña.
Todos estamos de acuerdo en que no se deben sacrificar a las personas que se hayan contagiado de ébola o que hayan tenido contacto con los contagiados. Estamos de acuerdo en que el valor de la vida de cada individuo humano es indiscutible. Ahora bien, está claro que, por un humano, no nos importa correr riesgos, incluso cuando sabemos que estos son elevados. De la dueña del animal sabemos con certeza está contagiada de ébola. Se le hicieron dos pruebas y ambas dieron positivo. De ella sabemos con certeza que supone un riesgo y que este es superior al que supone el animal.
Luego está la opinión de quienes debía ser mantenido con vida por lo que se puede aprender de la enfermedad. Según este punto de vista, el valor de la vida del perro aumentaría en caso de que, de hecho, hubiera estado contagiado. En este caso, merecía la pena correr el pequeño riesgo que suponía mantener al perro vivo.
Finalmente, hay otra corriente de opinión al respecto. Este es el punto de vista animalista, según el cual había que mantener vivo a Excálibur al menos mientras que no supiéramos que tiene la enfermedad, y no porque el animal fuera valioso desde un punto de vista científico, sino porque su vida merecía correr el pequeño riesgo que supone su cuarentena.
El valor del riesgo
Hasta ahora hemos hablado del valor de la vida del perro y de los seres humanos de forma relacional, esto es, en relación al riesgo que supone mantenerlas con vida. Hemos supuesto, asimismo, que los riesgos están jerarquizados. Por ejemplo, hemos afirmado que es más arriesgado poner en cuarentena a una persona infectada de ébola, que a un perro que ni siquiera sabemos si está infectado y que es improbable que lo esté y que, en caso de estarlo, lo pueda infectar a humanos. Quedémonos con esto.
Vamos a asignar un valor al riesgo que supone cada cosa. Pero antes, vamos a considerar un nuevo grupo. Además de la mujer infectada, están las personas sospechosas de estarlo. Desde este punto de vista, ¿suponen estas un riesgo mayor que el perro o menor? Ahora mismo hay casi un centenar de personas bajo estricta vigilancia y algunas de ellas en cuarentena. No está claro que tengan el virus, pero, como el perro, tuvieron contacto con la enfermera contagiada.
Bien, es cierto que, hasta cierto punto, los humanos somos racionales: se nos dice, «oiga, usted ha tenido contacto con la chica contagiada de ébola. Podría enfermar y supondría un peligro para su familia y todo el mundo si no lo ponemos en aislamiento. No se preocupe, si no está infectado, lo dejaremos que se vaya libremente y si lo está, podremos tratar sus síntomas y se irá a casa libremente en caso de que sobreviva». Y si nada nos hace sospechar de que se trata de una broma o un secuestro, nos vamos al aislamiento. Con un perro no podemos hacer esto.
Ahora bien, también es posible que demos con una persona extremadamente desconfiada o con algún trastornado mental, que no atienda a razones, que actúe violentamente, que huya o que odie a su ex pareja y decida contagiarle la enfermedad. A diferencia del humano, lo que podemos hacer con un perro es dormirlo con un dardo. Así que, en realidad, aunque no podamos razonar con el perro ni convencerlo, parece que es más fácil atraparlo para ponerlo en cuarentena. Es más, nos podemos permitir el lujo de hacer esto directamente, sin comprobar si el animal es dócil y se viene de cuarentena por que sí. De hecho, creo se habría hecho algo así en caso de que se hubiera mantenido al perro con vida.
Por otra parte, una vez atrapado al perro es más fácil mantener a este en cuarentena que a los humanos. En casi cualquier país occidental hay una amplia experiencia manteniendo animales en cuarentena, tanto en zoológicos, como cuando se importan animales exóticos. Esto por no contar los animales de laboratorio, muchos de ellos infectados de diversas enfermedades. De hecho, la Universidad Complutense de Madrid parece ser que cuenta con un laboratorio acreditado para este tipo de infecciones.
Desde este punto de vista, el perro supondría un riesgo inferior para la salud pública del que suponen los sospechosos humanos. Así, tenemos el mayor riesgo, que es el de la mujer infectada. A este le asignaremos un 3; después, el resto de humanos sospechosos, a los que ni podemos tratar a base de dardos y para quienes no tenemos experiencia en cuarentenas, a esto les asignaremos un riesgo 2. Finalmente, el perro, que ni sabemos que está infectado, que es improbable que lo esté, que si lo está no es probable que lo contagie a humanos y que, además, a la hora de ponerlo en cuarentena es más manejable que los humanos. Su nivel de riesgo es 1.
Está claro que el perro suponía un riesgo, pero este era mínimo. ¿Justificaba este riesgo mínimo el sacrificio de Excálibur? Veamos antes de contestar una historia basada en hechos reales.
Milán contra la peste negra de 1347
En 1347 llegó a Europa, desde Asia, la epidemia más asoladora que jamás se ha vivido en la historia de la humanidad, la epidemia de peste negra o peste bubónica. La mayoría de ciudades perdieron entre un 30% y un 60% de su población. A excepción de Milán, que pudo eludir la enfermedad. ¿Cómo consiguió la ciudad de Milán librarse de la peste? Todo fue gracias a una medida dramática: cuando surgió el primer brote, el obispo ordenó que tapiaran la casa donde este había surgido, así como las casas aledañas: dos. Las tres casas quedaron sepultadas con todos sus habitantes dentro, tanto si estaban enfermos como si estaban sanos.
Parece ser que por aquella época el derecho a la vida de los humanos era inferior a su derecho a la seguridad, al menos en determinadas circunstancias. Sea como fuere, el obispo de Milán actuó de tal manera que evitó todos los riesgos. Y lo consiguió, aunque con medidas que hoy todos censuraríamos.
¿Era cuestión de no correr riesgos?
Si el obispo de Milán hubiera vivido en esta época y hubiera tenido que bregar con el virus del ébola, no se hubiera arriesgado a traerse a España a los dos misioneros infectados, puesto que suponían un riesgo alto (de nivel 3, según nuestra escala). Por su actuación en la crisis de la peste negra está claro que no correr riesgos era su máxima, de ahí que el derecho a la vida de los enfermos quedara en un segundo plano. Por supuesto, no vamos a decir que si no queremos correr riesgos debemos sacrificar a los infectados y a los sospechosos, basta con una cuarentena. De hecho, es probable que el obispo de Milán, si se hubiera enfrentado con la peste con los medios que hay hoy disponibles, hubiera puesto en cuarentena a los enfermos, a sus vecinos y familiares.
Pero, entonces, ¿por qué no poner en cuarentena también al perro aun sabiendo que el riesgo que supone es mínimo, en relación al que suponen las personas? Aunque la actuación del obispo de Milán fue efectiva, nos parece realmente cruel. Ahora bien, ¿no es igualmente cruel el sacrificio del perro, aunque sea efectivo para evitar cierto riesgo? A fin de cuentas, el obispo de Milán actuó como lo hizo porque era consciente de que corría un gran riesgo. Por lo que respecta a Excálibur, el riesgo era menor. Es más, si realmente nos guiáramos por la máxima de evitar los riesgos, entonces no tendríamos que mirar primero hacia el perro.
Más allá de la hipocresía
Está claro que, más allá de que quienes tomaron la decisión de sacrificar al perro fueran hipócritas, queda la cuestión de si, con todo, fue correcto sacrificar al animal. Lo que justificaría el sacrificio es que mantenerlo vivo supusiera un peligro real, pero parece que no era tal. De hecho, hay otros individuos más peligrosos que el perro a los que mantenemos con vida por el mero hecho de ser humanos, de modo que la cuestión del riesgo parece que es relativa a la especie a la que pertenece el individuo cuya vida es arriesgado mantener.
Por otra parte, si nos fijamos en el caso de Milán, parece ser que el sacrificio para evitar riesgos podría estar justificado solo cuando no existe otro medio de evitar tales riesgos, como por ejemplo, la cuarentena, o cuando el riesgo es muy alto. El obispo de Milán tomó una decisión difícil, pero evitó incontables muertes. Obviamente, él no disponía de los medios que hay hoy. Hoy nos podríamos ahorrar esa decisión dramáticas con una buena cuarentena. Igual que podríamos haber ahorrado el sacrificio de Excálibur gracias a que tenemos medios para minimizar el riesgo mínimo que el perro suponía.