La Misericordia
La misericordia es la virtud que nos permite tener compasión de los males ajenos, que nos impulsa a perdonar las ofensas. Es la disposición para ayudar al que lo necesita, atributo considerado propio de Dios y pocas veces de los hombres.
La misericordia se puede resumir en dos palabras, caridad y perdón.
Todos en sus vidas han tenido peleas y enfrentamientos con otros que los llevaron al rompimiento de vínculos familiares, a separarse de sus parejas, a alejarse de sus padres o hijos; o a perder viejas amistades; por cuestiones de dinero, por traiciones, infidelidad, celos o diferencias políticas; e inclusive por tener filosofías de la vida distintas; y algunos mantienen antiguos rencores por motivos que ni siquiera recuerdan.
Aunque las viejas heridas todavía sangren, tener misericordia de los errores ajenos libera al alma de una pesada carga.
El cerebro de una persona tiene un mecanismo natural que es saludable, porque olvida la mayor parte de las cosas que le pasan, principalmente lo malo que le acontece, pero tiene muy buena memoria para los recuerdos felices. De modo que estamos diseñados para tener misericordia de los otros, pero esto es algo que muchos aún no pueden hacer, a pesar de estar programados.
El que tiene baja autoestima y se siente fracasado, es muy sensible a la crítica y siente que no puede pasar por alto las ofensas; por eso las guarda celosamente en un rincón de su alma para sacarlas a relucir en la primera oportunidad que se presente para por fin hacer justicia. Lástima que sea tan difícil poder discriminar lo que es justo o injusto en un momento dado.
Lo cierto es que el que ofende tiene también sus razones, sin duda no lo hace por puro capricho ni porque sea malo, lo más probable es que actúe por su propio interés o por ignorancia.
Devolver bien por mal es algo que en general los seres humanos aún no han aprendido, aunque sea también lo que decía Jesucristo hace más de dos mil años.
Sin embargo, la gran mayoría se emociona hasta las lágrimas si ve por televisión la noticia sobre un perro que le salvó la vida al amo que lo castigaba. Es que un perro vive en un presente perpetuo y actúa por instinto; no puede relacionar un hecho del pasado con lo que está ocurriendo ahora. Los seres humanos, en cambio, se empeñan en vivir en el pasado, y ese pasado es el que condiciona su presente y su futuro.
Así como tenemos memoria tenemos que tener también misericordia; y además la inteligencia necesaria como para no tropezar dos veces con la misma piedra.
La venganza no conduce a nada, al contrario se vuelve contra uno mismo, porque profundiza el odio y atenta contra nuestra paz interior.
Tener misericordia es posible cuando nos damos cuenta que también nosotros alguna vez hemos sido capaces de ofender a otros y de cometer errores para nuestro propio beneficio; y que también necesitamos que nos perdonen.
¿Qué ganamos manteniendo las heridas abiertas para esperar el momento de hacer justicia? Tal vez, eliminar de alguna manera al adversario, desprestigiarlo, darle su merecido; pero eso no es lo que nos libera, porque la liberación es perdonarlo.
Hacerse amigo de los enemigos es una antigua técnica que se utiliza con éxito tanto en política como en los negocios, porque en esos ámbitos son necesarias las buenas relaciones.
Los odios eternos son difíciles de mantener, porque el cerebro olvida y a veces hay que hacer un gran esfuerzo para recordar la afrenta y cobrarse.
El que no puede olvidar queda bloqueado y emocionalmente perturbado, no puede avanzar ni vivir el presente porque está aferrado al pasado.
La humanidad continúa recordando las pérdidas sufridas en antiguas contiendas y seguramente seguirán recordándolas durante siglos sus sucesores, porque les enseñarán a no olvidar, a no perdonar y a vivir eternamente en el pasado.