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El cisma del torero

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

El pasado 9 de julio, hace tres días, falleció en Teruel (España) el torero Víctor Barrios a causa de la cogida de un toro. El suceso ha causado un cisma moral entre los que se alegran por la muerte del torero y los que condenan la alegría de estos, por considerarlo una falta de respeto a la familia, a la memora del torero y a un largo etcétera. El debate, cargado de solemnidad, no deja de tener un tono cómico, al menos para quien lo ha visto desde fuera. Ha sido, y sigue siendo porque continúa, una lucha de convicciones morales y, como no, de lo que hoy en día se viene llamando postureo. Nosotros, como observadores del debate, vamos a analizar aquí algunos de sus elementos, desde un punto de vista ético.

torero

La balanza moral animal humano-animal no humano es un cuento chino

¿Es incorrecto burlarse de la muerte de un ser humano?

Una de las convicciones que ha originado el debate ha sido el principio moral según el cual es incorrecto burlarse de la muerte de un ser humano. A priori parece que este principio es verdadero, pero también es cierto que, a priori, no deberíamos fiarnos de aquello que a priori parece verdadero. En general, los principios morales no son ni verdaderos ni falsos, son convencionales y eso quiere decir que son aceptados como guía para la conducta por una comunidad cohesionada a través de diversos tipos de lazos: vecinales, de parentesco, culturales, etc. Es más, sería fácil encontrar excepciones a tal principio comúnmente aceptadas, esto es, igualmente convencionales. Por ejemplo, es muy probable que burlarse de la muerte de Hitler no sea condenado por la mayoría de personas que consideran incorrecto burlarse de la muerte de un ser humano.

Con todo, siempre se nos puede reprochar que no se puede comparar al torero con Hitler. Sin embargo, para quienes se han burlado de la muerte del torero, el torero y Hitler se diferencian en poco. Uno mataba eslavos, judíos, homosexuales, gitanos, etc. de forma industrial; los otros matan toros en nombre del arte y la cultura. Unos y otros aceptan como principio moral el deber de no burlarse de la muerte de los demás, pero se diferencian en las excepciones que están dispuestos a hacer a este principio.

Pero todo esto no responde a nuestra pregunta: sabemos que para todos es incorrecto burlarse de la muerte de un ser humano y sabemos también que estamos dispuestos a hacer excepciones en algunos casos. La disputa viene, en este caso, de las excepciones que algunos están dispuestos a hacer.

¿Por qué hacer excepciones?

Es muy difícil que una persona se guíe siempre y en todos los casos por un conjunto de principios morales que le han sido inculcados. Siempre habrá lugar para las excepciones caprichosas. Cualquiera puede seguir fácilmente la regla de no burlarse de la muerte de un ser humano y hacer una excepción con alguno de sus acreedores o con un dictador genocida. Las excepciones realizadas por motivos personales, como la que un moroso podría hacer con alguien a quien le debe dinero, no suelen manifestarse públicamente porque, en general, son condenadas por la comunidad; las excepciones consensuadas, por ejemplo, las que hacemos con dictadores genocidas, se pueden manifestar públicamente sin pudor, porque reciben el respaldo de la comunidad. En el caso de los toreros, la cosa es más confusa: burlarse de la muerte de un torero puede causar tanto el reproche como la aprobación de la comunidad.

En general, hacemos excepciones por motivos personales o porque la persona fallecida cuya muerte no es respetada y todo el mundo lo aplaude está considerada un ser malvado o indigno de respeto. Pero estos casos en los que todo está tan claro y que no causan enfrentamientos morales importantes carecen de interés. El caso del torero es mucho más interesante.

¿Por qué burlarse de la muerte de un torero?

Quien se burla de la muerte de un torero lo hace porque considera a los toreros como indignos de consideración moral. Y los considera así porque los toreros causan sufrimiento a animales sintientes e inocentes, en nombre del arte y la cultura, o sea, para divertimento del público. Detestan la crueldad hacia los animales y los toreros constituyen el paradigma de la crueldad hacia los animales. Crueldad que, para cualquier animalista, tiene un contenido cínico pues, como se ha dicho, se hace en nombre del arte y la cultura, defendiéndola como un sello de identidad nacional y una tradición constitutiva de nuestro ser cultural. En este sentido, el torero es un ser indigno para el animalista.

¿Qué vale más: la vida de un animal o la vida de un ser humano?

El debate de la muerte del torero ha tenido como protagonista la balanza moral en la que se comparan animales y humanos. Balanza esta que es la quintaesencia del absurdo, pues los seres humanos constituyen una especie de animal cercano a los simios, pero también a otros primates menos elocuentes e incluso a algunos roedores. Los seres naturales, humanos incluidos, no nacen con un valor moral intrínseco. El valor moral que tiene un ser humano no es como los lunares o el color de los ojos. Es una convención y seguramente tiene un fundamento natural: tendemos a cuidar más a los de nuestra especie que a los de otras especies. Pero esto tampoco es sorprendente: tendemos a cuidar más de lo más cercano: familia, amigos, comunidad, etc.

Sin embargo, estos hechos, en caso de que fueran tales, no nos dicen mucho respecto al valor moral de la vida de un ser humano respecto de la de un animal no humano. De hecho, como nos movemos en el terreno de las convenciones, hay un espacio muy ancho para la arbitrariedad: ¿Podemos establecer que la vida de un humano A es más valiosa que la de un humano B? ¿Es más valiosa la vida de un humano desconocido, que podría ser un asesino en serie o alguien comprometido con las causas más nobles, que la de mi perro? Para alguien que ha sido abandonado por seres humanos, y solo tiene la compañía de su perro, ¿es más valiosa la vida de un humano desconocido que la de su perro? La idea esta de la balanza moral es muy evidente para una tostadora y un bebé, pero no está tan clara para decidir el valor moral comparativo de mi vecino y mi padre o el de dos humanos desconocidos A y B, o el de un animal inocente y un humano asesino de otros humanos.

Por otra parte, al no ser el valor moral de las cosas tan evidente como los lunares o el color de los ojos, hacia donde tire la balanza no está libre de la idiosincrasia del que usa la balanza. Esto está causado, sobre todo, porque lo de la balanza es una metáfora. Si el valor moral fuera un órgano, como el hígado, podríamos comparar el humano con el de otros animales, como hacemos con otros órganos. Sin embargo, en ese caso es probable que las ballenas azules fueran moralmente más valiosas que el resto de los animales, humanos incluidos.

La moral ajena es repugnante

Lo más repugnante que hay para la mayoría de los humanos es la moral de otros humanos, siempre que sea distinta a la propia. Tal vez por eso quiso Kant subir un peldaño y buscar la forma de las máximas morales, sin preocuparse del contenido particular de estas. No lo sé, pero siempre queda bien mencionar a Kant.

Todos están de acuerdo en que está mal burlarse de la muerte de un ser humano, pero algunos piensan que hacer una excepción con los toreros es moralmente aceptable y otros piensan que, aunque es aceptable hacer excepciones, por ejemplo, en el caso de Hitler, no es aceptable hacer excepciones en el caso de los toreros. Estos solo matan animales.

Esto nos lleva al problema de «solo matan animales». Para algunos animalistas, la vida de los animales no es menos valiosa que la vida de los humanos, por lo que matar animales y matar humanos está al mismo nivel. Y si no lo está, es en cualquier caso algo digno de indignidad moral. Por supuesto, para quien la vida humana tiene un valor moral intrínseco superior a la de todo otro animal, esto es repugnante.

¿Quién está en lo correcto?

La cuestión es saber entonces quién está en el bando correcto, quién tiene la moral menos repugnante. Personalmente creo que ambos puntos de vista son repugnantes. Quien se alegra y se burla de la muerte del torero, se expresa como si estuviera en una yihad, con enemigos definidos cuya muerte es bienvenida. Si la moral más universalizable y menos prejuiciosa es la animalista, flaco favor se le hace de esta manera a la causa. Además, burlarse de la muerte de alguien es cruel y es el rechazo a la crueldad hacia los animales, entre otras cosas, lo que motiva al movimiento animalista, por lo que se estaría pecando de incoherencia. Porque, incluso en el caso de que se considerara a los toreros moralmente indignos, seguiría siendo cruel burlarse de su muerte. Si el animalista lo es, entre otras cosas, por rechazo al especismo, presumiblemente quiere que su moral tenga alcance universal, por lo que un acto cruel es moralmente condenable, incluso cuando se realiza contra alguien que se considera moralmente deleznable.

Por otra parte, quienes critican a estos sobre la base de que es incorrecto burlarse de la muerte de un ser humano y que la vida de un ser humano es más valiosa que la de un animal, están yendo demasiado lejos. Ni una cosa ni la otra son universalizables ni carentes de prejuicios. En ninguna parte vemos que eso sea así, más bien nos enseñan a comportarnos según esas reglas. Pero hay otras diferentes. Ninguna de ellas es evidente y todas son convencionales. Al ser convencionales, dejan un amplio margen para las decisiones arbitrarias en cada seguimiento particular de la regla. No son universalizables en el sentido fáctico del término: tendemos a considerar que algunos humanos pierden su dignidad moral debido a su conducta. En cuanto a la balanza del peso moral, es una metáfora sin mayor interés, no hay balanza que nos permita decidir tal cosa. La metafóra sirve para ocultar un capricho especista. El peso moral depende de nuestro capricho, que puede tener o no respaldo social. En la medida en que es socialmente respaldado, es convencional.