Los epicúreos
Los epicúreos concebían la existencia desde un punto de vista materialista, la acción como hedonista y el conocimiento de manera sensualista. Es decir, todo tenía que ver, a su parecer, con el placer. Actuamos por placer, lo que hacemos, lo hacemos porque nos gusta o porque se nos obliga a hacerlo, con lo que no lo haríamos si fuéramos libre. Nuestros actos volitivos están dirigidos por el placer, no hay nada más detrás. Lo mismo ocurre con el conocimiento, que se nos ofrece a través de los sentidos, ya que todo es “materia”. De ahí que los epicúreos no se interesasen por la “belleza espiritual”, que estaba en boca de tantos filósofos griegos anteriores a la época helenística. ¿Para qué hacerlo?
Además, los epicúreos tenían una visión muy particular de la vida después de la muerte. Para ellos, la muerte no era más que la descomposición de los átomos que conforman nuestro cuerpo. No creían en la inmortalidad del alma ni en la existencia de un más allá. Esta concepción materialista de la vida y la muerte les llevaba a centrarse en el presente y a buscar el placer en la vida terrenal.
También, debido a su hedonismo, que era como un filtro con el que interpretaban la realidad, entendían el valor de la belleza y el arte únicamente en su capacidad para otorgar placer y en la medida en que lo consiguieran. Todo arte o belleza que no pudiera lograrlo no tendría ningún valor a decir de los epicúreos.
Por último, atendiendo a su sensualismo, consideraban que la belleza y el arte solamente podrían darnos placer a través de impresiones sensoriales, es decir, a través de los sentidos. Así, lo bello era «lo agradable para los ojos y el oído».
Qué duda cabe, si nos habéis seguido un poco, que esta noción de la belleza no es nueva. Os suena, ¿verdad? No hace tanto decíamos lo mismo respecto a los Sofistas, que también entendían lo bello como aquello que nos agrada a través de la vista y el oído. Y, por la misma razón, también vemos en este punto su distancia con Platón y Aristóteles, que tenían una noción bastante diferente de la belleza y de lo que era bello.
De todas formas, si las premisas eran similares, o las mismas, no así las conclusiones. Aunque la cita anterior pudiera ser formulada tanto por un sofista como por un epicúreo, aunque ambos pensasen que “lo bello era lo agradable para los ojos y el oído”, concluirían de manera diversa, porque mientras los sofistas apreciaban la belleza y el arte, los epicúreos la denostaban. O, cuando menos, la veían de manera negativa. Su aprecio por ambos conceptos era más bien escaso.
Puede parecer curioso cómo partiendo de la misma premisa se pueden llegar a conclusiones antitéticas. Pero si analizamos ambas corrientes filosóficas, no lo es tanto. No deberíamos obviar la visión respecto a la realidad que tenían ambas. Como ya hemos dicho en otro artículo, la visión del mundo de las diferentes escuelas influía en su concepción estética. Así que si para los epicúreos solamente tenía importancia el placer, si éste era la vara de medir de nuestra relación con el mundo, no es de extrañar que sospecharan de todo aquello que no sirviera exclusivamente y de manera primordial para saciar nuestra necesidad de placer. Somos exclusivamente seres sensuales, que se preocupan por conseguir el placer que necesitan para seguir viviendo, para seguir queriendo vivir. Todo lo demás o es secundario o, directamente, innecesario.
En este sentido, los epicúreos también tenían una visión muy particular de la felicidad. Para ellos, la felicidad no era más que la ausencia de dolor y sufrimiento. No se trataba de un estado de euforia o de placer constante, sino de un estado de tranquilidad y equilibrio en el que no se experimenta ningún tipo de malestar. Este concepto de felicidad, conocido como ataraxia, es uno de los pilares fundamentales de la filosofía epicúrea.
Imagen: siemprehistoria.com.ar