El asceta
Todo lo que queremos, a lo que aspiramos, nace de una necesidad que debe ser saciada, de un descontento del estado presente de las cosas que debe ser aplacado. Así que, nos dirá Schopenhauer, es un dolor, nuestro dolor, hasta que no sea resuelta, hasta que no hayamos logrado nuestro objetivo. Pero la satisfacción de ese querer no es más que el comienzo de otro, que, a su vez, lo será del siguiente, concatenándose descontentos y dolor hasta el día en que nuestro cuerpo, que recordemos es sólo fenómeno, desaparezca. Con este panorama, la conclusión del filósofo alemán no podría ser otra: «vivir es padecer».
El aburrimiento
El tránsito de conseguir lo que sea desea, según hemos visto que asegura Schopenhauer, es doloroso, inevitablemente doloroso. Pero la falta de objetos a desear nos lleva al aburrimiento, al abotargamiento de nuestros sentidos, de nuestro cuerpo, a la desidia más absoluta. «La vida oscila, como un péndulo, entre el dolor y el hastío, que son, en verdad, sus elementos constitutivos».
Por tanto, son dos los objetivos de nuestras vidas. El primero es el deseo de vivir, que es el que nos impele a buscar alimento, cobijo… y ocupa las primeras etapas de nuestras vidas tanto a nivel individual como de especie. El segundo, una vez saciado el primero, es la necesidad de huir del aburrimiento, del hastío. Todo lo que hacemos en nuestras vidas tendrá como motor principal alguno de estos dos motivos.
¿Por qué sufrimos?
Existen tres elementos constitutivos del hombre: «una volición enérgica (Radscha Guna)», representado por los grandes personajes históricos; «el conocimiento puro (Satwa Guna)», inteligencia emancipada de la voluntad, representada por la vida de genio; «el letargo extremado de la voluntad (Tama Guna)», el aburrimiento que paraliza. Naturalmente, la vida de los individuos oscila entre estos tres ejes, acercándose más a alguno de ellos, según su carácter particular.
El principal motivo del sufrimiento, del dolor más allá de lo físico, es la sensación de que lo padecido es fruto del azar. Esto es, a decir de Schopenhauer, lo que le da al dolor “su aguijón”. Pero «si el mundo es tal como es, es porque la voluntad es como es, y lo ha querido así». El dolor se aclara si comprendemos que la voluntad se representa también en ellos y que es ella la que lo soporta.
Nos dice Schopenahuer que podemos imaginar el mundo como un camino circular compuesto por brasas candentes, salvo en algunos espacios. Así que nos pasamos la vida recorriendo el suelo calcinando, aliviados cuando paseamos por esos espacios sin brasas y deseosos de volver a encontrarnos algún otro cuando caminamos sobre la tierra ardiendo. Pero sólo el que penetra a través del camino, y ve en conjunto lo que es la vida, se sentirá a la vez en todos los espacios, tanto los que tienen brasas como los que no, así que en lugar de seguir caminando incesantemente prefiere salir de ella. «En lugar de afirmar, niega su propia esencia, de que el cuerpo no es más que reflejo. El fenómeno que anuncia esta transformación es el paso de la virtud al ascetismo».
Esto es, aniquilar de forma consciente la voluntad por medio de la renuncia de lo agradable y una «mortificación constante del querer». Este es el único camino posible, la negación de la voluntad de vivir (excluyendo el suicido ya que es en sí un acto). De esta forma, aparece la voluntad en todo su esplendor, representándose a sí misma. No hay otro acto de libre albedrío, sólo este, que nos eleva sobre la voluntad, no temporalmente como lo hace el arte, sino hasta que nuestro fenómeno desaparezca y volvamos al no-ser, a unirnos con la voluntad como cosa en sí.
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