El genio
«La contemplación sometida al principio de razón es la contemplación racional, única que tiene autoridad y que es útil en la vida práctica y en las ciencias; la que hace abstracción de aquel principio es la del genio, única que tiene autoridad y es útil en el arte».
En la frase anterior Schopenhauer condensa su explicación de cómo el arte permite una salida, aunque sea momentánea al dolor que representa el mundo. A diferencia de la contemplación racional, que es la del común de los seres humanos, que está dirigida a la subjetividad y, por tanto, definida por la voluntad; la del genio es “la objetividad más completa o la dirección objetiva del espíritu”.
El genio, gracias a su forma diferente de entender el mundo consigue situarse en la zona de la intuición pura, logrando separar el conocimiento de la voluntad, levantando la tela de malla que nos oculta el verdadero conocimiento. En este proceso, el genio se olvida de sí, deja de preocuparse, olvida su interés propio, de lo que quiere o lo que es, de toda identidad, única forma de evadirse de la voluntad, de librarse de sus cadenas. Para, finalmente, quedar recudido a “puro sujeto conociente”. Para, como escribió Goethe, «fijar en pensamientos eternos los fenómenos mudables que se balancean delante de los ojos».
Teniendo en cuenta lo anterior, el genio es aquél que logra elevarse sobre la voluntad y situarse en el plano del conocimiento. Y esto lo logrará a través, únicamente, del arte, en cualquiera de sus formas.
Su conocimiento intuitivo que le permite ver la Idea, se opone al reflexivo, dirigido por el principio de razón.
Sin embargo, realmente, esa capacidad de conocer la Idea, nos dirá Schopenhauer, nos pertenece a la humanidad como especie, todos la tenemos en cierto grado. La diferencia entre el genio y los demás radica en que el primero la posee en grado sumo, mucho más alto y de manera más prolongada que el resto. Además, a esta capacidad, a esta visión añade la capacidad de reflexión suficiente para trasladar eso que siente a un formato que le permita reproducirlo, que posibilite la comunicación con el mundo humano.
«Lo que constituye el don del genio, lo que es innato en él, es precisamente tener esos ojos que descubren la esencia de las cosas fuera de todas las relaciones; la parte adquirida, el lado técnico del arte es lo que pone al artista en disposición de podernos transmitir ese don a nosotros, de prestarnos sus ojos».
Sin embargo, a pesar de este préstamo, no nos podemos comparar con él. Aunque nos ayude a evadirnos por unos instantes, nunca llegaremos a sus logros, nunca conseguiremos convertirnos en “puro sujeto conociente”.
De todas formas, el genio tampoco consigue evadirse por completo de su voluntad, solamente en su proceso creativo, que aunque pueda ser más o menos duradero, es perecedero.
Pero existe una forma de evasión de la voluntad, más duradera, por lo menos hasta el momento en que el fenómeno que es el cuerpo desaparezca: la del asceta.
Imagen: dinamicasojuegos.blogspot.com.es