El mundo como voluntad
Hace unas semanas nos referíamos a la idea de Schopenhauer de ver el mundo como una representación del sujeto pensante. Pero ya advertíamos de que esa era sólo una de las bases de su teoría, de su visión del mundo. La otra, unida de forma intrincada a esta, es la de la voluntad, el mundo como voluntad:
«El sujeto conociente, cuya individuación resulta de su identificación con el cuerpo, conoce a éste de dos maneras distintas: primero, como representación intuitiva en su entendimiento, como objeto entre los objetos, sometido a sus leyes; y luego, como algo conocido directamente de cada uno y designado con el nombre de voluntad».
Así que el acto del cuerpo, lo que hacemos, será el acto “objetivado” de la voluntad, de manera que sea visible a la intuición, que nos sea perceptible. De manera que podemos asegurar, nos dice Schopenhauer, que la voluntad es el conocimiento a priori del cuerpo, mientras que el cuerpo es el conocimiento a posteriori de la voluntad.
Los sentimientos y conocimiento de la voluntad
Tanto el dolor como el placer, a decir del pensador alemán, no son representaciones, sino «afecciones directas de la voluntad» que se manifiestan a través del fenómeno de ésta, que no es más que el cuerpo. Somos conscientes de ellas, de manera momentánea y forzada, a través de lo que experimenta el cuerpo.
Como vemos, cuerpo y voluntad son inseparables, por lo que el conocimiento que tenemos de ésta es a través de aquél. Si no tuviéramos cuerpo no tendríamos conocimiento de la voluntad. Es por ello que existe lo que Schopenhauer llama “egoísmo teórico”, admitir que todos los fenómenos del mundo son fantasmas, salvo el yo individualizado. Y aunque no se pueda refutar con pruebas, a decir de Schopenhauer, el “egoísmo teórico” tan solo ha sido defendido con convicción en los manicomios.
La voluntad como cosa en sí
La voluntad, más allá de su fenómeno, que ya hemos dicho que es el cuerpo, es única, se evade de la pluralidad inexistente, ya que ésta sólo es posible en el tiempo y espacio (lo que Schopenhauer llama principium individuationis). Como cosa en sí, la voluntad también está más allá del principio de razón, por lo que no puede tener ninguna razón, aunque actúe bajo las reglas de este principio, incluso cuando obra de manera inconsciente.
Así, si la pluralidad no existe, si sólo el tiempo y el espacio a través de la sucesión y la ley de la causalidad nos hace ver como múltiple y diverso lo que por esencia es único e igual, podemos repetir aquello que decía el místico Ángel Silesio: «Sé que sin mí Dios no puede vivir un solo instante; si soy aniquilado, se extingue necesariamente».
Por tanto, aunque el fenómeno, aunque la representación de la voluntad, pueda variar de forma, pueda desaparecer y reaparecer, mutado, con otros ropajes y se encuentre en constante lucha encarnizada; ésta, la voluntad, será lo que siempre permanezca. La voluntad como cosa en sí, más allá del tiempo y el espacio.
Fuente: El mundo como voluntad y representación; Arthur Schopenhauer
Imagen: tomadieta.com