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Malas palabras

Publicado por Malena

El idioma castellano parece tener cerca de trescientas mil palabras según la Real Academia de Lengua Española y algunas malas palabras también están, porque obviamente, no se puede hacer juicio de valor cuando se trata del conocimiento del lenguaje.

Las palabras nos sirven para comunicarnos, es un código convencional que supuestamente habrá comenzado con gestos, luego con sonidos, dando lugar finalmente a la construcción de palabras para comunicarse, designar las cosas, los sentimientos y las acciones.

El hombre es la única especie que tiene la capacidad de expresarse con un lenguaje articulado gracias a la estructura de sus cuerdas vocales.

La palabra, entre otras cosas, tiene poder para crear realidades, para convencer, para herir, ofender y también para hacer felices a las personas.

Ese poder no es sólo de la palabra sino de la intención que conllevan, porque existen muchas formas de expresarlas que pueden cambiar su significado.

El don de la palabra dio origen a la literatura que es el arte de la expresión escrita y que consiste en el empleo estético del lenguaje con un estilo propio.

Las malas palabras están también en la poesía, en los ensayos, en la prosa y en el teatro, formando parte de un contexto y utilizadas de un modo creativo y funcional; y a veces, el empleo de esas malas palabras le proporciona a su autor una mayor estatura estética o filosófica.

El lenguaje se resiente y pierde su riqueza cuando la gente permanece aislada y no se comunica, o cuando por falta de interés y facilismo se reduce el diálogo a lo justo y preciso sin lugar para largos discursos.

En estos tiempos en que la velocidad es el ritmo que se impone, la brevedad de los diálogos lleva a decir lo mínimo, y si se trata de mensajes de texto, las abreviaturas y las licencias gramaticales y ortográficas hacen que la comunicación sea poco menos que incomprensible, dando lugar a errores de interpretación muchas veces insalvables.

Los escritores que se deleitaban en construir bellas frases poéticas con un significado simbólico sólo apto para seres sensibles, ya no venden; porque ahora se exige ser explícito, breve y conciso, limitarse a lo que se quiere decir para que el lector, urgido por el apuro y la ansiedad de llegar al final, no tenga que pensar.

Es por eso que en el reino de lo efímero, insustancial, superficial y divertido, el lenguaje se va reduciendo en forma escandalosa.

Hoy en día se calcula que la gente utiliza un promedio de trescientas palabras para comunicarse y los que son más jóvenes usan apenas doscientas, de las cuales la mayoría son las conocidas malas palabras, que casi siempre no ocupan ninguna función ni intención, sino que definen la condición de ser y de pertenecer.

Con un vocabulario tan estrecho es difícil comunicarse, hablar o escribir bien, ser entendido y casi imposible es leer y comprender.

A este paso el hombre terminará comunicándose con gestos y gruñidos como los monos y los demás animales, perdiendo la libertad de expresar los matices y lo que realmente quiere.

La falta de palabras empobrece el intelecto, porque la mente piensa con palabras y se puede distinguir la realidad gracias a las palabras.

Cuando se pierden los sentimientos, los valores, los principios y las necesidades del espíritu, la palabra es innecesaria, por lo tanto desaparece, sólo queda un murmullo ininteligible como es común escuchar ahora.

Fuente: LNR; 5/12; “Diálogos del alma”; Sergio Sinay.