¿Una imagen vale más que mil palabras?
En nuestro anterior artículo os hablábamos sobre el estructuralismo lingüístico de autores como Barthes, principalmente, y Saussure. Allí os explicábamos que para los estructuralistas los textos son un entramado de estructuras, tanto social como políticas, etc., que tienden a elaborarse a través de un lenguaje binario de tipo alto/bajo, guapo/feo… En este sentido, también hacíamos referencia a la distinción entre significante y significado, donde al primero le dábamos el papel del portador del contenido, mientras que el segundo era el contenido propiamente dicho.
Finalmente, y como tesis del artículo, se aseguraba que en un idioma el significante es arbitrario, algo de lo que podemos darnos cuenta, pero que no así en la imagen, o cuando menos eso es lo que creemos. Sin embargo, esta afirmación es más bien incorrecta y nos puede llevar a ser engañados si no somos cuidadosos.
El engaño de la imagen
En el caso del idioma reconocemos que solamente aquellos que tengan un conocimiento relativamente extenso sobre el mismo comprenderán la relación entre el significado y el significante en dicho idioma. Solamente si conocemos castellano sabremos que “sombrero” se refiere a “esa prenda de vestir, con la que se cubre la cabeza y tiene ala y copa”, que vemos encima de la mesa. Pero también tendremos que saber castellano para entender a qué nos referimos con “prenda” o “cabeza”. Nada que nos extrañe.
Sin embargo, una imagen nos parece algo mucho más inmediata y reconocible. No hay necesidad de conocer los códigos de un idioma, es suficiente con señalar, con observar lo que se nos muestra. Un tomate es un tomate, y un pollo un pollo, ¿verdad?
En 1964 Barthes publicó La retórica de la imagen, libro donde analizaba un anuncio de una publicación impresa de una marca de pasta italiana. La imagen, concluía el pensador francés, estaba estructurada de tal forma que trataba, y es plausible que lo lograse, de evocarnos ciertos sentimientos. Así, la forma en la que sobresalían ciertos alimentos de una cesta de comida evocaban abundancia, los colores y el tipo de alimentos hacían referencia a la italianidad, etc.
Resulta que nunca nos encontramos con la imagen o la fotografía en estado puro. También, al igual que el texto, es fruto de un relato, de algo que el autor nos quiere contar. En el caso del ejemplo anterior sería la de provocarnos cierta sensación agradable, afinidad con la comida italiana, que nos llevara a querer comprar esa marca de pasta que anunciaba la imagen. Pero, naturalmente, el objetivo podría ser otro.
Adentrándonos más en la complejidad de la imagen, es importante señalar que no solo los elementos visibles en la imagen tienen un significado, sino también los que están ausentes. La ausencia de ciertos elementos puede ser tan significativa como su presencia. Por ejemplo, en una imagen de una cena familiar en la que no se ve a la madre, la ausencia de este personaje puede ser interpretada de diversas maneras, dependiendo de las connotaciones culturales y personales que cada espectador tenga.
Además, las imágenes también pueden ser manipuladas para transmitir un mensaje específico. En la era digital, las imágenes pueden ser fácilmente alteradas con programas de edición de imágenes, lo que añade otra capa de complejidad a la interpretación de las imágenes. Una imagen puede ser recortada, retocada o incluso completamente transformada para transmitir un mensaje específico.
Por otro lado, la interpretación de las imágenes también está influenciada por el contexto en el que se presentan. Una imagen puede tener un significado completamente diferente dependiendo del texto que la acompaña, del medio en el que se publica, o incluso del estado de ánimo del espectador en el momento de verla.
Lo que queremos señalar es que una fotografía, una imagen, que veamos en una revista, en la televisión o en el cine no es algo inicuo o que no tiene ninguna connotación. Es cierto que existe un nivel denotativo evidente, en los objetos que vemos, pero su disposición, la elección de los colores y los mismos objetos que se nos presentan, forman un relato coherente, que a nivel consciente o inconsciente actúa de tal manera que nos puede llevar a querer una cosa respecto a otra o a pensar algo concreto respecto a un tema determinado.
Imagen: blogs.unir.net/comunicacion