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Hechos y palabras

Publicado por Ruben Avila

hechos y palabras«No quiero palabras sino hechos». Esta frase la hemos escuchado todos. Y la habremos dicho, también, en más de una ocasión (esta misma o una similar). Lo que implica la oración anterior es que no es lo mismo decir que hacer. Por un lado, tendríamos las palabras, que flotan en el aire, que no implican un acto. Por otro, los hechos, que implican haber hecho algo, moverse, saltar, pegar, comprar… Lo que sea, pero algo. Así que alguien te puede decir que te quiere pero si no lo demuestra con hechos no será más que mera palabrería, puro blablablá, una simple y llana mentira.

Sin embargo, ¿qué sucede cuando el juez dice al condenado “te sentencio…”; o cuando el cura (o el alcalde o concejal de turno) dice “yo os declaro…”? ¿No es acaso este un decir-hacer? Sus palabras son normativas, crean hechos simplemente con ser dichas. Son actos de habla performativos, que hacen al decir.

Pero, bien, diréis, tan sólo es un ejemplo. Dos, como muchos. Poco para cambiar de opinión, para dejar de pensar que hacer y decir no es lo mismo. De acuerdo, en el caso del juez y del casamiento, tal vez, pero nada más. En el resto de los casos no es así. Y es evidente que los mencionados ejemplos no son habituales. Aun cuando se pronuncien muchas veces, aunque todos los meses se celebren cientos de juicios y de bodas (miles en todo el mundo), siguen siendo una pequeña porción de lo que sucede en el mundo.

Cierto. ¿Y qué sucede con la promesa? Que bebe de la frase primigenia. Cuando alguien promete algo le diremos que menos palabras y más hechos. ¿Pero es que hacer una promesa ya no es en sí mismo hacer algo? Es por eso mismo que se puede exigir al que la ha llevado a cabo. ¿O no?

Cuando una persona incumple sus promesas se lo echamos en cara. Un claro ejemplo de ello es el presidente de España, Mariano Rajoy, al que se le acusa de no cumplir su promesa. Se le acusa de no hacer, que se convierte en un hacer otra cosa de lo que había dicho.

El cuerpo de la promesa está compuesto de palabras pero lleva consigo una esencia evidente de actos. Esencialmente es un acto, un acto de habla.

Resulta que los hechos y las palabras no se encuentran en dos mundos diferentes, como si existiera ese mundo platónico y allí residieran las segundas sin tocarse con los primeros, que sucederían en el mundo real, aquél que podamos tocar con nuestras manos. No, en absoluto.

Las palabras conviven con los hechos, los formatean, los modulan y son parte de ellos (y viceversa). La promesa o la mentira son un claro ejemplo de ello. Mentir es hacer algo con las palabras; por eso nos enfadamos ante ella; por eso no la admitimos cuando nos encontramos con ella; por eso nos duele y nos perturba cuando nos mienten; por eso, en definitiva, nos hace mucho daño.

Imagen: migeneracionz.blogspot.com.es