El valor de la palabra
Hay circunstancias en las que decimos que las palabras tienen valor. Por ejemplo, cuando digo a alguien algo como «prometo que asistiré a tu fiesta», estoy diciendo una serie de palabras que, emitidas en determinado contexto, tienen valor. Y aquí nos puede pasar lo mismo que le ocurría a San Agustín con el tiempo: normalmente sabía lo que era, pero cuando le preguntaban qué es el tiempo, ya no sabía decirlo. Análogamente, sabemos que quiere decir que en determinadas circunstancias nuestras palabras tienen valor (o carecen de él, según el caso), aunque es probable que nos veamos en serias dificultades si nos preguntan qué quiere decir que las palabras tienen valor. Desde esta perspectiva, vamos a tratar de elucidar aquí en qué consiste el valor de la palabra.
Cuándo tiene sentido hablar del valor de la palabra
Al principio hemos puesto como ejemplo una promesa. Las promesas son casos paradigmáticos en los que nuestras palabras tienen valor. Pero no son los únicos casos. En efecto, también tiene sentido adscribirles valor a nuestras palabras cuando hablamos de juramentos, compromisos, pactos y tratos (por escrito o verbales) y, en general, a los actos de habla en los que el hablante se compromete a realizar aquello que se dice en sus palabras que realizará.
Análisis de las palabras con valor
Volviendo a nuestro ejemplo, cuando digo «prometo que asistiré a tu fiesta», estoy diciendo
1) que realizaré la acción especificada en mis palabras, en este caso, ir a tu fiesta.
2) que yo, el hablante, pongo mi persona como garantía de que llevaré a cabo 1,
3) que si yo, el hablante, incumplo 1 sin causa justificada, seré indigno de confianza en el futuro.
4) El incumplimiento de 1 sin causa justificada implica que yo, el hablante, no reconozco la dignidad de mi interlocutor.
En muchos contratos, pactos, juramentos y similares, podemos añadir 5.
5) Si yo incumplo 1 tendré que resarcir a la parte afectada.
En principio, y salvo que se demuestre lo contrario, nuestras palabras tienen valor y dejan de tenerlo cuando incumplo 1 sin causa justificada. El «sin causa justificada» es importante, pues hay circunstancias que impiden el incumplimiento de 1, como por ejemplo, que suframos un accidente de tráfico unas horas antes de la fiesta. Por su parte, la pérdida de confianza en las palabras que se indican en 3, está implicada en las palabras emitidas. En efecto, el hablante, al ponerse a sí mismo como garantía de sus palabras, advierte que de incumplirlas sin causa justificada, él mismo no será garantía suficiente para sus palabras. El incumplimiento injustificado de 1 evidencia que utilicé mis palabras para manipular a mi interlocutor. En el caso de nuestro ejemplo, tal vez hice la promesa de ir a su fiesta para que mi interlocutor me dejara tranquilo o para que hiciera algo por mí.
De lo anterior se deduce que las palabras tienen valor en virtud de la garantía que da el hablante de que llevará a cabo la acción especificada en 1. En principio, para todo hablante dado, sus palabras tienen valor. Cuando incumple 1, las palabras de ese hablante pierden su valor, en virtud de 2 y 3.
El valor de las palabras en política
Un problema actual relacionado con el valor de las palabras es la cuestión política relacionada con las promesas electorales y con el cumplimiento de los programas electorales. En una campaña electoral se aplican los pasos 1-4 de nuestro análisis. Sin embargo, parece que, dadas las consecuencias prácticas del incumplimiento de las promesas electorales y de los programas, debería añadirse una cláusula como 5, al igual que se añade en la mayoría de contratos y pactos. Y es que, el político que incumple sus promesas y sus programas electorales está utilizando a sus votantes para alcanzar el poder, lo cual es extremadamente grave.