Animal político
Después de que Sócrates se empeñara en buscar definiciones universales, se puso muy de moda definir al ser humano, por lo que en la Grecia clásica se popularizaron fórmulas del tipo: «el hombre es el un animal bípedo» o «animal racional» o, la que aquí nos ocupa, «animal político». Esta última la puso de moda Aristóteles en su Política, una obra que es una mezcla de ciencia política y filosofía política, a la par que un catálogo de los prejuicios más extendidos entre los griegos, como que los esclavos son parte de la familia al igual que las mascotas o que las mujeres son menos racionales que los hombres. Prejuicios aparte, lo que aquí nos interesa es que Aristóteles definió al ser humano en esta obra como «animal político». Y esto nos interesa porque en la actualidad se vive un alejamiento de la política por parte de los ciudadanos, sobre todo por parte de los ciudadanos de los países en crisis, que son prácticamente todos.
Lo que nos interesa de Aristóteles
Dada la concepción que el ciudadano medio tiene actualmente de la política, bastante negativa, conviene remarcar aquello en lo que, a nuestro entender, Aristóteles fue más acertado, a saber, en la idea de que el hombre es social por naturaleza, es decir, el ser humano no puede desarrollarse como tal aisladamente, sino solo en el seno de una comunidad, la cual satisface las necesidades de los individuos que la forman. La vida aislada, piensa Aristóteles, es cosa de dioses y bestias. Por otra parte, el ser humano tiende por naturaleza a crear comunidades cada vez más grandes y más complejas, desde la familia al Estado, que es el que da sentido tanto a los individuos como a las microcomunidades, como la familia.
El ciudadano forma parte del Estado, la comunidad mayor, destinada al perfeccionamiento de la vida humana, pero la condición de ciudadano implica necesariamente la participación en la vida pública. Se trataría en este caso de una participación directa, sea administrando justicia sea en la asamblea legislativa. Y es que las comunidades que crea el ser humano, para que se mantengan en el tiempo, han de ser gestionadas por sus creadores. En el caso del Estado, sus creadores son los ciudadanos, quienes tienen que gestionarla correctamente para que se mantenga. De la buena gestión del Estado depende que este alcance su meta, que es el perfeccionamiento de la vida de los ciudadanos más allá de las meras necesidades básicas.
¿Por qué nos interesa lo anterior?
Lo que hemos dicho sobre Aristóteles en el parágrafo precedente nos interesa porque consideramos que es una concepción que merece la pena que se recupere y que se fomente. En efecto, desde que el individualismo comenzó a imponerse a nivel sociológico, el ciudadano medio ha tendido a desentenderse de los asuntos públicos, puesto que se ha venido entendiendo que la política es cosa de «los políticos» y «los políticos» son poco menos que un gremio profesional.
Esta forma de ver las cosas ha conllevado una separación entre «nuestros propios asuntos», es decir, los asuntos y la vida de cada uno, y las cuestiones públicas. Sin embargo, parece que se ha perdido de vista algo en lo que, a nuestro entender, Aristóteles dio en el clavo. En efecto, los asuntos públicos forman parte de los asuntos y la vida de cada uno. Para los que vivimos en países en los que la sanidad pública, la educación pública, etc. están siendo desmantelados, esta es cada vez más una verdad evidente.
Desde esta perspectiva y dadas las circunstancias por las que están pasando casi todos los países, merece la pena que comencemos a tomar conciencia de que los asuntos públicos forman también parte de nuestros asuntos propios, porque somos, entre otras muchas cosas, animales políticos.