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Cine y filosofía VI: «Así en el cielo como en la Tierra» y la crítica a la religión

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

«Así en el cielo como en la Tierra» es una película española dirigida y escrita por José Luis Cuerda. Se estrenó en 1995 y, a pesar de ser una obra maestra, lo cierto es que no siempre ha sido comprendida. La película hace una profunda crítica a la religión y tiene un mensaje muy claro, a saber, que Dios ha muerto. Esta tesis fue defendida por Nietzsche, aunque de manera distinta a como aparece en esta película. Sea como fuere, vamos a analizarla para mostrar los principales elementos de crítica a la religión de esta cinta. Avisamos de que haremos spoiler, por lo que es recomendable que la veas antes de leer esta entrada.

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San Pedro a la entrada de El Cielo

El argumento de «Así en el cielo como en la Tierra»

Al crear el mundo, Dios puso «un cupo de blasfemos, ateos y agnósticos». En el año 1815 dicho cupo ya había sido sobrepasado. Sin embargo, Dios Padre (Fernando Fernán-Gómez) aguantó. Llegados al presente, la situación le parece insostenible, por lo que decide concebir otro hijo y enviarlo a la Tierra para que vuelva a salvar a la humanidad. Sin embargo, Jesucristo (Jesús Bonilla) siente un ataque de celos, así que, aprovechando que en el cielo las mujeres o no quieren concebir al hijo de Dios o no son vírgenes, convence a Dios Padre para que lleve a cabo el Apocalípsis, según lo narró San Juan el Evangelista.

La película comienza con la llegada del primero que ha muerto por el Apocalipsis, Matacanes (Luis Ciges). Este es recibido por San Pedro (Francisco Rabal), quien le cuenta cómo Dios Padre ha decidido el fin de la historia, a la vez que le hace una visita guiada por el cielo.

Religión y política: el nacionalcatolicismo español

El nacionalcatolicismo era la ideología del régimen de Franco. Este se manifestaba en la hegemonía de la Iglesia Católica en todos los aspectos de la vida de los españoles, fueran públicos o privados. Con esta ideología se identificó a la Falange española, sindicato fascista español que formaba parte del régimen. Por ello, a la entrada del cielo se puede ver el signo de este sindicato: el yugo y las flechas.

El cielo de la película es el cielo de España, pues tal y como le explica San Pedro a Matacanes, cada país tiene su propio cielo. Se trata de un típico pueblo castellano de los años 50. San Pedro es el sargento de la Guardia Civil (un cuerpo de policía español), Dios es el alcalde del pueblo, Jesucristo el Teniente de alcalde y los arcángeles hacen de concejales. Del mismo modo que España es un país anclado en sus tradiciones más profundas, oscuras y conservadoras, ocurre con su cielo. De hecho, en la película se contrasta todo el tiempo el cielo de España con el cielo de Francia, mucho más liberal y cosmopolita.

Del mismo modo que la Iglesia Católica española es nacionalcatólica, ocurre con su cielo, en el que cada vez que se produce un evento de envergadura, las banderas de España decoran las casas, identificando así los valores patrios con la religión Católica.

Dios padre

El personaje de Dios padre es uno de los más conseguidos de la película, desde el punto de vista de la crítica a la religión que hace: es un viejo senil y muy pobre. Es un Dios decadente, perteneciente a una religión decadente. Es más, está arrepentido de lo mal que ha llevado las cosas y de los errores que ha cometido. Curiosamente, lo que le molesta a este Dios bienintencionado no es el mal en el mundo, sino el agnosticismo, el ateísmo y las blasfemias. En este sentido, la personalidad del Dios bíblico, preocupado fundamentalmente en ser amado, es parodiada en el filme de manera bastante sutil, a la par que magistral.

Esclavos de la moral

En la película hay una crítica a la moral cristiana, que se manifiesta en el dilema moral que dos muertas, concretamente dos beatas muertas que habitan en el cielo, le plantean a Dios. La moral cristiana es prohibitiva, hasta tal punto que cualquier acción puede ser condenada desde el punto de vista de esta moral. Reproducimos el diálogo:

«Religiosa I: La cosa está en que esta dice que si a 49 le quitamos 13 nos quedan 36. Y yo digo que no lo sé.

Dios Padre: ¿Y…? Si una de las dos sabe restar y la otra no, las dos están diciendo la verdad. ¿Dónde está el litigio?

Religiosa II: Que no sabemos si hacemos bien diciendo esas cosas. Porque ella asegura que lo mío es orgullo, que por qué tengo yo que decir que si a tantas le quitamos tantas, nos quedan tantas. Y yo digo que lo suyo es falsa modestia. ¡Tanto «no sé», tanto «no sé»…!

Dios Padre: ¡Ah, bueno! Ustedes lo que quieren es que contemplemos el aspecto moral.»

De hecho, en este diálogo y en los personajes de las religiosas se puede ver la crítica nitzscheana a la moral tradicional cristiana. En efecto, tal y como Nietzsche criticaba, la moral cristiana cree en la existencia de valores morales objetivos. Esto es lo que les ocurre a las religiosas: creen en la objetividad de los valores. En el diálogo esto queda manifiesto en el hecho de que para resolver su dilema recurren a Dios Padre, el criterio objetivo que resolverá el dilema.

Por otra parte, las señoras no actúan de forma natural y espontánea. Están constreñidas por unos valores que consideran objetivos e independientes de cada una de ellas y eso les lleva a reflexionar antes de actuar. Esto es puesto de relieve en una escena, pocos minutos después de esta. Durante «el desfile de los que se van al Apocalipsis», cuando un espontáneo se pone a cantar una saeta, ellas, que están viendo la procesión, se plantean si sería moralmente correcto decir algo o no. Veamos el diálogo:

«Religiosa I: [refiriéndose a la saeta] Yo no creo que sea el momento para eso.

Religiosa II: ¿Verdad que no?

Religiosa I: ¿Decimos algo?

Religiosa II: ¿Qué vas a decir?

Religiosa I: Que no me parece bien una saeta ahora.

Religiosa II: [negando con la cabeza] lo mismo es orgullo malsano, significarse así, Evangelina».

La moral cristiana impide a las religiosas actuar espontáneamente y, antes de obrar, entre las dos construyen un razonamiento moral que las lleva a la inacción.

La naturaleza humana de Dios

La religión cristiana, y todas las demás, es un invento humano. Se basan en las escrituras, en el libro, el cual está lleno de teorías absurdas y de difíciles poemas, totalmente alegóricos y prácticamente ininteligibles. Que las escrituras son obra puramente humana, sin intervención divina, lo dice Dios Padre al principio, cuando habla con el arcángel San Gabriel (Enrique San Francisco).

«Dios Padre: ¿Cuánto tiempo hace que no bajas al mundo, Gabrielito?

San Gabriel: ¡Uy, la tira! 1962 años, Padre Eterno.

Dios Padre: Sí, hace mucho tiempo. Pues aquello anda manga por hombro ¡Un desastre! Y yo tengo la sensación de haber hecho el tonto, pero el tonto, tonto a conciencia.

San Gabriel: Pero, ¡Qué cosas dice! No es por consolarlo, pero yo creo que no es para ponerse así. Al fin y al cabo, usted les dio el libre albedrío. Y si ellos no saben usarlo…

Dios Padre: Pero ¡Qué libre albedrío ni qué puñetas! No me vengas con filosofías, Gabrielito. Si supieras la de sandeces que han inventado con lo de la creación… Que si hice al hombre así o asao, que si la luz se hizo de no sé qué manera… Y claro, luego llegan los científicos, les echan por tierra todas las teorías y a mí me ponen a caer de un burro.»

Las escrituras en las que se fundamenta la religión cristiana son una sarta de sandeces, todas ellas desmentidas por la ciencia moderna. Precisamente, la ciencia moderna ha desbancado a la religión, obra del hombre. Es la ciencia moderna la que ha hecho, desde el siglo XIX, que crezca el cupo de ateos, blasfemos y agnósticos.

Luego está el caso de la ininteligibilidad de las escrituras. Las partes que no son sandeces, están escritas por poetas místicos que ni siquiera son capaces de explicarlas. Ni Jesucristo, ni Dios, ni San Pedro entienden el Apocalipsis, San Juan el Evangelista (Gabino Diego) lo escribió en verso y, por razones estéticas, no puede hacer una versión en prosa, para que Dios Padre la entienda. Por otra parte, no para de advertir a todo el mundo que no hay que tomarlo al pie de la letra, sino que «es poesía». Tiene un sentido alegórico. Él, en ningún momento explica qué hay que hacer, se limita únicamente a echarse las manos a la cabeza y a decir lo de que «es poesía».

El caso es que nadie entiende el Apocalipsis:

«Cabrero: No, no… Vamos a ver si nos aclaramos, San Pedro. La res es colorá, ¡eso salta a la vista! Y las blasfemias esas que tiene que llevar por todo el cuerpo, esas se las pinto yo. No hay ningún problema.

San Pedro: Muy bien.

Cabrero: Ahora bien, si usted me dice que el bicho tiene que tener siete cabezas y diez cuernos y que tiene que subírsele encima una puta. Eso, mi sargento, ni esta cabra ni ninguna de las del pueblo. Por… porque vamos a ver, ¿qué tamaño tiene la puta?

San Pedro: Si es que además, las siete cabezas tienen que ser siete montes. Los que hay en una ciudad. Babilonia creo. Y los diez cuernos son diez reyes. No me preguntes cómo, pero son diez reyes.

Cabrero: Lo que yo le digo. Eso no lo encuentra, porque, ¿dónde va a encontrar usted eso?»

Los misterios religiosos tampoco son comprensibles, ni siquiera para el mismísimo Jesucristo, que no entiende el misterio de la Santísima Trinidad. Así se lo expresa a su psicoanalista cuando le está contando cómo se siente por la decisión de Dios Padre de tener otro hijo para enviarlo a la Tierra: «Lo del Espíritu Santo ya se entiende mal. Porque, ¿qué necesidad hay del Espíritu Santo? ¡Ninguna! Un gasto más. ¡Que Dios está viejo, doctor! Está solo, se aburre. Es que nadie le hace caso y no sabe que inventar… ¡Otro hijo! ¡Menudo disparate! Pero, ¿ahora que vamos a ser, el Cuarteto Divino?»

Nietzsche y la muerte de Dios en «Así en el cielo como en la Tierra»

Para Nietzsche que Dios ha muerto significa que ha dejado de ser el sentido de la existencia. Se trata de un fenómeno cultural, algo que ocurría de facto en el siglo XIX, cuando el ateísmo y el agnosticismo eran más que filosofías, eran fenómenos sociológicos. El Apocalipsis resulta ser un fracaso rotundo, pues los que fueron del cielo a traerse a los seres humanos para juzgarlos eran inferiores en número a los humanos y tecnológicamente atrasados.

Dios es un invento de otro tiempo y el mundo moderno no deja lugar para su existencia, de ahí que esté agonizando. En cualquier caso, las huestes celestiales consiguen llevar a unos cuantos muertos al cielo. Para ninguno de ellos el sentido de la vida incluye a Dios ni tiene un carácter religioso. Cuando el Juicio Final está a punto de celebrarse, los que han muerto en el Apocalipsis se niegan a ser juzgados, pues su muerte les parece injusta. En ese momento, comienzan a manifestar cuál es el sentido de sus vidas.

Obrero: ¿Y Jesucristo dónde está? ¿Es que no va a dar la cara?

Jesucristo: [levantándose del trono] ¡Aquí estoy!

Opositora: Yo es que estaba preparando una oposición a registradora de la propiedad. Bueno, que de hecho la tenía ya preparada. Y ya, en la vida más íntima, así en las cosas más personales de una, pues la verdad es que llevaba tres meses sin ver a mi novio. Y hoy, que habíamos quedado, el Apocalipsis me ha cogido a mí y a él no. O sea, que la cita… [dirigiéndose al hombre que tiene a su lado] Hable usted ahora si quiere.

Norberto: Bueno, lo mío es más simple. Yo no voy a estar a gusto aquí, eso es todo. Bueno, me llamo Norberto y he venido obligado. Soy ateo y me importa un bledo ver ahí a toda la directiva [refiriéndose y señalando a Dios, la Virgen María, Jesucristo y el Espíritu Santo]. Voy a seguir de ateo porque me da la gana.

Angelino Camuñas: ¡Con su permiso, señor presidente! Yo principalmente lo que quiero es una aclaración. O sea, a mí es que me ha pillado el toro, el cuarto. Un manso pregonao, por arrimarme. Y lo que yo no sé, es si eso es por cuenta del Apocalipsis también o cosa del toreo nada más. A mí interesarme, me interesa que sea del toreo, ¡claro! Para que digan los libros: «Angelino Camuñas, muerto en la plaza de toros de Llin. Por un toro de concha y sierra. De nombre «Relojero». Negro, meano, veleto y manso pregonao ¡Con dos cojones! ¡Como un figura, madre!» Y no que vayan a decir luego que morí del Apocalipsis, como todo el mundo. Ahora, si estos del Apocalipsis van a volver a la otra vida, en ese caso, por poner un ejemplo, a lo mejor a mí me conviene más que lo mío sí sea del Apocalipsis. No sé si me explico.»

Todos ellos tienen proyectos personales, que configuran la vida de cada uno, dando sentido a su existencia. Y Dios no forma parte de ello. El mismo Dios Padre, una vez asumido el nuevo fracaso, reconoce la agudeza de la crítica a la religión de Nietzsche. Reproducimos el diálogo:

«Jesucristo: ¡Padre! ¿Qué hace usted aquí a estas horas?

Dios Padre: Leyendo.

Jesucristo: Venga, que lo acompaño a su casa. Ya leerá mañana.

Dios Padre: No, no, mañana no puede ser. Son libros prestados. Me los ha dejado uno del Apocalipsis. Son libros de ateos, de Nietzsche, de Sartre… Dicen que he muerto, que no existo. Bueno, que no existo yo, ni tú, ni nada que huela a divino. ¡Son interesantísmos!, ¿eh? ¡No tienes ni idea la de vueltas que le han dado a la cabeza para escribir esto! Tiene mucho mérito, no creas.

Jesucristo: Padre, no lea eso, no vaya a ser el diablo y termine gustándole.

Dios Padre: ¿Y me haga ateo? [riéndose] Si no fuera una idea tan retorcida, me lo pensaría, fíjate. A lo mejor era una solución.

Jesucristo: Venga, padre, vámonos, que no son horas de estar aquí de charleta. Y menos leyendo. ¡Que se va a pillar cualquier mal!

Dios Padre: ¡Ah, no hay Dios que pueda conmigo! Sartre es más lioso, pero este, Nietzsche, es divertidísimo. Parece que escribe a gritos, lanza las ideas como trompetazos, con gran elocuencia. Y… no carece de profundidad.»

Si no fuera tan retorcido que Dios no creyera en la existencia de Dios, entonces Dios sería ateo… y nietzscheano. Dios es una creencia y las creencias mueren cuando dejan de ser creídas. Por supuesto, la muerte de Dios es metafórica. En el caso de Nietzsche porque Dios nunca existió, simplemente era una fuente de sentido de la vida que ha quedado obsoleta. En el caso de la película, Dios está anticuado, obsoleto, pertenece a otro mundo y nadie le hace caso. Y lo único que le queda es resignarse.