El ocio
Respecto a los objetivos del arte, a su “fin”, suele considerarse dos variantes, dos formas divergentes de afrontar la cuestión. Por un lado, se puede entender el fin desde el punto de vista del artista, del propósito que tiene este a la hora de realizar la obra, su obra, de arte. Por otro lado, y con una perspectiva más amplia, podemos referirnos a los efectos que tiene sobre los oyentes, los espectadores, etc. Es decir, desde el primer punto de vista, el arte estaría enteramente condicionado y dirigido por el artista, por el creador; mientras que, si atendemos a la segunda consideración, la obra se escapa a las ideas del artista, a su previsión, en el momento en que la publica, abre las puertas y deja al público que la contemple.
Para Aristóteles, atendiendo a la primera concepción, el arte no tiene ningún objetivo, ningún fin. Sobre todo si tenemos en cuenta que para él la “imitación” es algo natural en el ser humano, que es en sí mismo un objetivo pero que no sirve más que para sí mismo. El artista no imitaría para conseguir cierto objetivo sino que lo haría por el mero hecho de imitar. Pero si asumimos el segundo punto de vista, podemos encontrar en el arte no sólo un objetivo, una finalidad, sino varios.
Ya sabemos que al respecto no había una opinión única entre los griegos, más bien al contrario. Así, para los pitagóricos el arte era catártico; para los sofistas era puro placer, entendían sus efectos desde una perspectiva únicamente hedonista; según Platón el objetivo del arte puede y debe ser moral; y, por último, Aristóteles consideraba que cada uno de sus predecesores tenía razón, por lo menos en parte.
A decir del filósofo estagirita es cierto que el arte producía una purificación de las pasiones, de la que ya hemos hablado en un artículo anterior, sino que también, era evidente, producía placer y divertía al público, además de tener cierto poder de adoctrinamiento y moral y para conmover. De hecho aseguró que el fin de la poesía era «[…] que el poeta haga más conmovedor lo que presenta». Pero, todavía, era algo más.
El ocio
Todos los objetivos anteriores están bien, ayudan al ser humano en su día a día, pero el arte tiene un poder superior en sus vidas. En opinión de Aristóteles, el arte nos ayuda a lograr el bien supremo, esto es, la felicidad, conseguida a través de la schole, el «ocio» o «tiempo libre».
Es decir, ayuda a proporcionar una vida libre de las preocupaciones diarias, de aquellas actividades que nos agotan y sólo son medios para seguir viviendo, aportándonos las únicas que no son dignas, que son fines en sí mismas y no meros medios para otra cosa.
Es por ello que no podemos entender la felicidad y el ocio aristotélico como algo banal, ya que para él, la verdadera felicidad y el buen ocio son aquellos que unen placer y belleza moral. No debemos olvidar que no es posible la felicidad sin la virtud. Por eso la vida más feliz, en su opinión, debía ser la dedicada a la filosofía y a las ciencias.
Imagen: lisboa-virtual.com