Arte y naturaleza
El arte, nos asegura Aristóteles, nos ayuda, ayuda al ser humano, a lograr la felicidad, a través del ocio (schole). Pero, claro, no se refiere a lo que podemos entender en la actualidad como ocio, o por lo menos, no exactamente a eso. Sin duda alguna no es al divertimento vacío al que hace referencia, no puede ser llenado por un divertimento vulgar.
Así, deberíamos entender el ocio como un espacio que tendríamos que llenar. Un espacio libre de las preocupaciones precarias que nos obligan a buscar un sustento para seguir viviendo. Ese espacio reservado, que todos debiéramos tener, para aquellas cosas que no se desarrollan como medio para lograr un objetivo distinto, sino que son un fin en sí mismas. Y es por esta misma razón que no puede ser un espacio ocupado por una actividad insustancial.
Para Aristóteles las actividades más nobles con las que ocupar nuestro ocio eran la filosofía y las ciencias puras, que no suponen una necesidad vital, en el sentido que sí lo son comer o beber, por ejemplo, pero son una fuente de placer y, no os extrañéis, de diversión.
De la misma forma, el arte ocupa un lugar similar, ya que también es una actividad noble, digna de que nos ocupemos de ella para llenar nuestro tiempo libre. En este sentido, el arte, al igual que la filosofía y las ciencias puras, nos permite reflexionar, cuestionar y, en última instancia, comprender mejor el mundo que nos rodea.
Arte y naturaleza
A los que Aristóteles sí que les otorgaba un papel diferente eran al arte y a la naturaleza, que a pesar de admitir sus semejanzas, consideraba que nos proporcionaban placeres diferentes. La principal razón que podía argüir al respecto es que, por ejemplo, mientras que en la naturaleza son los propios objetos los que interactúan con nosotros (nos emocionan, gustan, disgustan, etc.), en las artes plásticas son con las imitaciones, con las imágenes de dichos objetos, con las que interactuamos.
En este último caso, el placer del que disfrutamos no se debe solamente a que nos regocijamos por la semejanza con el objeto imitado sino que nos congratulamos también de la pericia artística del pintor o del escultor que ha llevado a cabo la obra. Además, el arte nos permite experimentar emociones y sensaciones que, de otro modo, podrían ser inaccesibles. Nos permite, por ejemplo, sentir la tristeza de un personaje de una novela o la alegría de una melodía musical.
El problema de los objetivos
Al margen del placer que el arte nos proporciona, en un artículo anterior también hemos hablado de los objetivos que para Aristóteles busca, o puede buscar, el arte. Como vimos, al contrario que sus predecesores para el pensador estagirita existe una multiplicidad de objetivos (que ve claramente en la música), lo que le llevará a ciertas contradicciones o, cuando menos, a plantearse diversos problemas.
Así, se preguntaba sobre si era mejor que una persona se dedicase a tocar un instrumento o si era mejor que se limitara a escuchar tocar dicho instrumento a los profesionales. Este dilema se puede extender a otras formas de arte. ¿Es mejor pintar un cuadro o simplemente admirar la obra de un artista profesional? ¿Es mejor escribir una novela o simplemente leer la obra de un escritor consagrado?
El dilema, finalmente, lo resolvió asegurando que en la juventud era necesario aprender música para dejar, después, que sean los profesionales los que se dediquen a ello y limitarse a escuchar con placer su virtuosismo, disfrutando de tal forma de todos sus beneficios.
Aristóteles aseguraba que «y afirmamos que la música no debe utilizarse por un solo beneficio, sino por muchos. Esto es, por la educación y la purificación del alma… y en tercer lugar como distracción, alivio y descanso de la tensión». Esta idea se puede extender a todas las formas de arte. El arte no solo nos proporciona placer, sino que también nos educa, nos purifica el alma y nos proporciona un alivio y un descanso de la tensión diaria.
Imagen: taringa.net