Ortega y Gasset – Estudios sobre el Amor
Todo lo humano está condicionado por la dualidad y aunque todavía no haya una cultura del amor, sin embargo es mucho lo que se habla de este tema, que a la vez es causa en este mundo de muchos problemas.
La personalidad está hecha de valores, que son las cosas de la realidad que defendemos y las que rechazamos; y del prójimo lo que más interesa ante todo qué es lo que prefiere o desdeña.
Somos sensibles a lo que está de acuerdo con nuestras preferencias y somos ciegos para lo que no coincide con lo que valoramos.
Adoptamos modos de ser de otros para engañar a los demás y también para engañarnos a nosotros mismos.
Nos movemos por influencias sociales y tenemos opiniones y sentimientos que no han surgido de nosotros mismos sino que han sido absorbidos en el entorno.
Pero existen situaciones en que el ser humano está dispuesto a mostrar algo de su intimidad, sobre quién es auténticamente y una de estas situaciones es el amor.
El amor nos toma desprevenidos y se cuela por una brecha que quedó al descubierto, fuera de nuestra voluntad; porque la voluntad entorpece el libre fluir del ímpetu verdadero de nuestro fondo anímico.
El interior del hombre no es ni racional ni libre; sus ideas le vienen de las profundidades situadas por debajo de la conciencia; y probablemente no exista algo más íntimo que el amor.
Todos sabemos que en lo más profundo de nuestro ser, antes de la voluntad, ya está decidido quién queremos ser y qué tipo de vida tener.
Sin embargo, muchas veces la existencia aparente de un sujeto parece ir de contrapelo con su destino íntimo, como por ejemplo hombre muy racionales que ocultan a un ser sensual, o escritores que en el fondo tienen ambiciones de poder.
A los hombres normales les gustan todas las mujeres, condición que los hace tender a acercarse a ellas, pero el amor tiene un carácter más profundo.
Cuando el hombre no solamente es atraído sino que se interesa, se entusiasma; ese interés es el amor.
El amor selecciona sólo algunas de las muchas atracciones sentidas en el primer impulso, porque el amor es elección con unos principios selectivos que brotan desde las profundidades del verdadero ser.
Cuando un hombre se entusiasma por una mujer, ese interés lo inmuniza contra el resto de las atracciones sexuales.
El verdadero amor se alimenta continuamente con la imaginación y exige la incesante confirmación de que se es amado por el ser que se ama.
Una persona enamorada no encontrará la belleza del ser amado en los rasgos que comúnmente se consideran bellos y considerará los pequeños rasgos sueltos, detalles que otros no pueden distinguir.
La belleza convencional, la de plástico, es una belleza objetiva que se percibe a la distancia, pero no es la que produce entusiasmo o interés íntimo. Porque las bellezas plásticas gustan al público pero enamoran poco a los hombres y casi nunca gozan del fervor privado.
Esas bellezas se admiran pero no se aman y el deseo de proximidad se hace imposible.
Lo que atrae el entusiasmo y el interés es la gracia de una cierta forma de ser, no la perfección estética de la persona. La falta de perfección no estorba al amor.
Platón fue el que conectó el amor con la belleza, sólo que para él la belleza es el nombre que le da a toda perfección, la forma, la optimizad.
El amor es la adhesión a cierta forma de ser que nos parece la mejor y que vemos encarnada en alguien concreto.
Fuente: Ortega y Gasset, Vida, Pensamiento y Obra, Colección Grandes pensadores, Ed. Planeta DeAgostini, 2007.