Salud y responsabilidad
¿Es justo hacerle pagar a una persona dos asientos de avión por su volumen corporal? ¿Sería injusto si su sobrepeso fuera fruto de una enfermedad y no de sus hábitos? Y si fuera a causa de sus hábitos, ¿lo sería, entonces? ¿Es justo que la sanidad pública gaste sus recursos (limitados recursos) en tratar a enfermos que han provocado su propia enfermedad por llevar una vida nada saludable? Y de qué dependería la justicia en estos casos, ya que un minero (por ejemplo) ha llevado una vida, por su trabajo, nada saludable, mucho menos saludable probablemente que un fumador empedernido. Y si es injusto tratarles, ¿qué se debe hacer con ellos?
En realidad nos enfrentamos a dos dilemas, que aunque parezcan la misma cosa se pueden distinguir fácilmente a nada que nos acerquemos un poco y miremos el asunto con más detalle.
1. Por un lado nos encontramos con el problema del rendimiento de la salud (que viene integrado en el segundo bloque de preguntas). Es decir, si hay que tener en cuenta los hábitos de una persona, sus condiciones sociales, de vida, etc., a la hora de que el Estado gaste recursos en dicha persona. Por poner un ejemplo muy gráfico: ¿merece la pena hacer un trasplante de corazón a una persona que tenga más de 100 años y con una salud delicada? ¿Merecerá la pena incluso aunque el porcentaje de éxito de la operación sea alto?
Si os fijáis hemos cambiado el eje de la pregunta y, sin darnos cuenta, hemos trasmutado el “es justo” del principio por “merecer la pena”. Y sin embargo la pregunta parece sostenerse, no se tambalea a pesar del tremendo cambio que ha sufrido. Quizás sea porque esta segunda es la verdadera pregunta. Lo que realmente queríamos saber no es si era justo, sino merecía la pena. O, por afinar un poco más, nos preguntábamos si era justo pero desde un punto utilitarista, un utilitarismo de la salud.
Resulta que el utilitarismo de la salud lo que mide es el mayor bienestar (de salud) total. Así, será justo (merecerá la pena) gastarse los recursos en aquellos individuos que mayor rendimiento puedan obtener y logren aumentar en mayor medida el total de salud. Un utilitarismo de la salud extendido, mirará en qué condiciones se encuentra una persona para tratarlo o no. Así, llevándolo al extremo, los pobres, los viejos, los discapacitados… se verán por detrás de los ricos, los jóvenes, etc., a la hora de ser atendidos por el sistema de salud público. Algo que resulta francamente contraintuitivo.
2. El segundo problema es el de la responsabilidad. Es decir, si somos responsables de nuestros actos, ¿no debemos asumir las consecuencias que estos acarrean? Claro que, ¿hasta dónde llegan estas consecuencias? Y, sobre todo, ¿qué es ser responsable? Siguiendo uno de los ejemplos del primer párrafo, un minero evidentemente lleva una vida poco saludable —de hecho, su esperanza de vida es inferior a la media, en España, por lo menos—, ¿por ello no se le deben atender sus problemas de salud?
Los dos problemas anteriores tienen una contundente respuesta, con la que termino el artículo de manera sumamente escueta: derechos humanos.
Imagen: elamigodelpueblo.com