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La Culpa y la Responsabilidad

Publicado por Malena

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Según Freud, un niño pequeño parece no sentir culpa; su mirada inocente así lo sugiere. Recién a partir de los dos años aparecen los primeros signos de culpa en su conciencia.

De modo que la culpa y la vergüenza parecen nacer en el niño a partir de la mezcla de los sentimientos de amor y miedo. Porque la vergüenza se relaciona con el pudor y éste se vincula con las partes precisamente pudendas del cuerpo.

Siguiendo a este autor, durante la convivencia familiar se van desarrollando en el niño la malicia, la desconfianza y la falsedad; y con ellas los sentimientos de culpa conscientes pertenecientes a su biografía personal.

La culpa inconsciente se relaciona con la represión primordial en el proceso del desarrollo del Superyo infantil.

Dentro de este esquema, los sentimientos de culpa no dependen tanto de la magnitud de la culpa sino de la disposición primordial cargada de valor afectivo que constituye un poderoso motivo.

Es de allí de donde provienen los sentimientos de culpa conscientes y la actitud destructiva; y la orientación del Superyo dependerá de esta condición.

De modo que cuando la culpa inconsciente surge en la conciencia motiva conductas destructivas.

Lo contrario de la culpa, como el autoreproche, la indignidad y el odio a si mismo, representa el sentimiento de dignidad personal y la autoestima.

Freud afirmaba que el fondo de los reproches y críticas que nos hacemos a nosotros mismos están los que dirigimos a las personas que nos son significativas.

Las faltas a las que atribuimos la culpa que sentimos provienen de una carencia, de algo que nos ha hecho falta y no tuvimos, que es vivido como la maldad del mundo y que inicia el proceso que lleva al sentimiento de que somos malos.

Pero la culpa se proyecta hacia nuestras relaciones más íntimas, capaces de tolerar la injuria.

El reproche entonces, se manifiesta como un rasgo de carácter debido a la identificación con un Superyo cruel que reclama justicia.

Esta culpa inconsciente no se puede anular y tiende a incrementarse, sólo se puede mitigar con el castigo oculto en la reparación.

Porque no se puede pasarle la factura a nadie por una culpa nacida del sentimiento del deber.

Sin embargo, existe un don supremo que llamamos “perdón”, que no representa una “disculpa”, porque no se puede volver a la etapa de inocencia, sino una obra de amor que puede curar las ofensas.

La esencia de la culpa se encuentra en lo que no hicimos en el pasado y creemos que deberíamos haber hecho, ya que el ser del hombre consiste en cumplir con sus ideales.

Las culpas son deudas impagables y hay que vivir con ellas tratando de equilibrarlas con acciones que eleven la autoestima.

Lo peor será tratar de eludirlas y huir de ellas, porque nos mantendrá eternamente sufriendo el duelo.

La verdadera paz se encuentra en el duelo sin disculpas y en enfrentar la responsabilidad que corresponde.

El daño es irreparable, por lo tanto lo único que nos queda es responder a cualquier daño y dedicar una parte de la vida a ser piadoso y devolverle la alegría a la vida. Porque la culpa es la muerte y el amor es la vida.

Fuente:¿Por qué nos equivocamos?, Luis Chiozza, Ed. Libros El Zorzal, Argentina, 2008