Los límites del lenguaje
En este blog ya hemos hablado de las dos obras principales de Ludwig Wittgenstein: El Tractatus logico-philosophicus y las Investigaciones filosóficas. En ambos casos hemos hecho una introducción somera a las obras de este autor, considerado por muchos el mejor filósofo de los últimos 200 años. Hoy vamos a comparar dos tesis, una enunciada en el Tractatus, en adelante T, la otra en las Investigaciones, en adelante I.
La tesis de T es la que aparece en 5.6 y dice exactamente esto: «Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo». Es una tesis lapidaria, eso salta a la vista. Por su parte, en el epígrafe 18 de I dirá esto otro: «pregúntate si nuestro lenguaje es completo – si lo era antes de incorporarle el simbolismo químico y la notación infinitesimal, pues estos son, por así decirlo, suburbios de nuestro lenguaje. (¿Y con cuántas casas o calles comienza una ciudad a ser ciudad?) Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes». La comparación del lenguaje con una ciudad antigua que perdura en el tiempo y experimenta constantes cambios en su casco urbano es bastante ilustrativa, como se verá.
A continuación veremos cómo difieren ambas concepciones del lenguaje sobre la base de la idea de «los límites del lenguaje».
La concepción del lenguaje que aparece en ambos textos es enteramente distinta. En T el lenguaje tiene límites. En I el lenguaje carece de límites. Tiene, en su estado actual, el aspecto de una vieja ciudad que se mantiene vigorosa. Esta crece por algunos de sus lados, a sus casas antiguas se les añaden anexos, muestra distintos estilos arquitectónicos, el casco antiguo es irregular e intrincado, aunque mucho más rico. Las partes nuevas son regulares y uniformes, pero son suburbios, zonas pobres de las afueras. En nuestro lenguaje, el casco antiguo, es el equivalente al lenguaje del hombre de la calle. En él hay refranes y frases hechas, blasfemias y tacos, usos cotidianos de las palabras con peligro metafísico («mundo», «saber», «yo», etc.), los necesarios para desenvolvernos en nuestra sociedad. Este lenguaje, el del hombre de la calle, es muy versátil, sirve para hacer montones de cosas, tanto para pedir la hora como para flirtear con otras personas en una discoteca.
El equivalente a los suburbios de la ciudad, a la zona más pobre de las afueras con calles regulares y uniformes, en nuestro lenguaje es el lenguaje más técnico y específico utilizado en las ciencias y en la técnica, son incorporaciones tales como «el simbolismo de la química y la notación infinitesimal» que son «suburbios de nuestro lenguaje». Se trata de unos usos del lenguaje muy poco versátiles, que solo sirven en determinados dominios de nuestra vida y a muy determinadas personas (en departamentos de química, matemáticas, congresos y publicaciones específicas, etc.). En este sentido esta parte de nuestro lenguaje es mucho más pobre, al igual que los suburbios de las ciudades forman parte de las zonas más pobres de las mismas.
Cuando Wittgenstein escribió T, pensaba que el lenguaje con sentido estaba limitado por espacio lógico de las posibilidades, así dice en 5.61: «La lógica llena el mundo; los límites del mundo son también sus límites. Así pues, no podemos decir en lógica: en el mundo hay esto y esto, aquello no. Eso presupondría aparentemente que excluimos ciertas posibilidades, y eso no puede ser el caso ya que entonces la lógica tendría que rebasar los límites del mundo (…) Lo que no podemos pensar no lo podemos pensar; y tampoco podemos decir lo que no podemos pensar». Nuestro lenguaje solo puede expresar proposiciones, esto es, modelos «de la realidad tal como nos la pensamos» (T: 4.01), puesto que el lenguaje es el conjunto de las proposiciones (en T: 4.001). Es un lenguaje completo y con límites.
Pero, ¿sobre qué se asienta esta diferente concepción? En T Wittgenstein concibe el lenguaje de una forma muy estrecha, tal como el mismo dirá posteriormente. En efecto, en T piensa que el lenguaje expresa pensamientos (en T: 3-3.12, 3.144 Y 3.203) y que estos representan estados de cosas (en T: 2.1), son modelos de la realidad. Esto es posible en virtud de que, según Wittgenstein, el lenguaje y el mundo tienen la misma estructura lógica (en T: 2.18), aunque en el lenguaje no se pueda representar dicha estructura, esto es algo que se muestra (en T: 4.121). Por su parte, en I el lenguaje es concebido en función de la forma de vida de los seres que lo utilizan. Así, en el epígrafe 19 de I dice: «imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida». Es más, el hecho de que utilicemos un lenguaje es algo que ya forma parte de nuestra forma de vida (en I: 23). El concepto de forma de vida es bastante amplio, en la medida en que no distingue lo que nuestra naturaleza proporciona y lo que es producto del aprendizaje y de la convención, en la medida en que las formas de vida son una amalgama de todo ello. La forma de vida puede ser vista como el modo en que nos relacionamos con la naturaleza y con los demás. Estas formas de relacionarse cambian a lo largo de la historia, surgen otras formas de relación, etc. Todo ello conlleva cambios en nuestras formas de vida y, por tanto, cambios en nuestro lenguaje.