Lobo estepario
Una de las características del lobo estepario que nos presenta Herman Hesse es su afán por la independencia. Es un ser solitario, aunque esté con gente, y lo que busca es convertirse en un ser completamente independiente. Se podría decir que este es el ideal del liberalismo. La libertad que define esta corriente de pensamiento es la de la no-interferencia, la de que nadie se meta conmigo, que yo haré lo mismo; que nadie meta sus sucias narices en mis asuntos que yo también me cuidaré de envainarme la nariz para no oler lo que no deba. Sin duda alguna, el primer mandamiento que el Dios liberal (de existir) mandaría estampar en las tablas de la ley sería el de “no molestar al vecino”. Y, probablemente, el segundo sería “no incordiar a los demás de la misma forma que no quieres ser incordiado por ellos”. Y así podríamos seguir hasta llegar a la decena o superar la centena, dependiendo de las ganas, el tiempo y el humor que tengamos.
Pero lo que no sabe el lobo estepario es que para llevar la vida que lleva, sí, esa que cree independiente, depende de millones de personas. Claro, para tener un techo donde vivir, antes, una decena de peones, albañiles, fontaneros… han tenido que levantar y adecuar el edificio donde vive; para tomarse ese rico y completo desayuno de cereales con café, una tostada con mermelada y un saludable zumo de naranja, cientos de personas han tenido que cultivar los cereales y el café, procesarlo y distribuirlo, han tenido que recolectar las naranjas, etc. Creo que no merece la pena seguir, que ya se entiende la cuestión.
« ¡Pero todo eso lo pago con mi dinero!», podrá responder alguien. Suponiendo que sea así, en cualquier caso se depende que todas esas miles de personas hagan su trabajo y que, en última instancia, los tenderos quieran despacharnos, por muchos dinero que poseamos, nos moriremos de hambre si se niegan a servirnos. Además, para tener dinero dependemos de los clientes, de los bancos, de las fuerzas de seguridad (para evitar que nos los roben)… Vaya, necesitamos de la sociedad. ¡Qué disparate pensar entonces en esa clase de libertad, ajena al mundo!
Así que si después de la perorata sigue alguien queriendo encontrar esta libertad de espaldas al resto, la única verdadera salida es la del anacoreta, la del que vive desnudo en mitad del monte, alimentándose de bayas. Y, en los tiempos que corren, ni siquiera esta es opción, ya que el “monte” también tiene dueño. Hay que irse realmente a algún paraje recóndito para no ser molestado por nadie. Así quizás se termine devorando por alguna fiera salvaje, pero se habrá muerto libre, independiente.
Sí, no hay duda… ¿O la hay? Porque, ¿qué hacemos con los genes? ¿Cómo librarnos de eso que nos viene dado a través de la meiosis directamente de nuestros progenitores? ¿Cómo librarnos de ellos para ser completamente independientes, verdaderamente libres?
Efectivamente, parece que la única respuesta que nos queda es la muerte. Pero, ¿cómo ser libres cuando ya no se es nada?
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