Empatía
Los problemas de cada uno son los más importantes. Da igual la materia de que estén hechos, es difícil ver más allá cuando se está enfrascado en alguno de ellos. Curiosamente no sucede con las cosas que nos hacen felices, esas podemos ponderarlas en una mejor medida que las desgracias. De igual forma, sucede que desde fuera también erramos a la hora de determinar la fuerza de una desgracia en una vida, el peso que tiene para que dicha vida sea dichosa o desgraciada. Y es que para eso llevamos a cabo un proceso que tiene varios desajustes. Este proceso es el de la empatía. Empatizar es un verbo de moda, que se suele utilizar sin comprender muy bien qué sucede con él.
Si acudimos al diccionario descubrimos que “empatizar” no es más que sentir empatía, y que ésta es la «identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro». Cuando nos identificamos, por ejemplo, con los problemas de un familiar, vecino, o un señor al que vemos en la televisión, estamos empatizando con él. ¿Qué problema puede haber con eso?
Resulta que lo habitual es suponer cómo se sentiría uno en la situación en la que se encuentra ese otro y sufrir en consecuencia. Este proceso, entonces, coloca al yo en el lugar del otro, disipando, por tanto, toda posibilidad de identificación real. Sufro con él porque me pongo en su situación, pero al ponerme a mí, me convierto yo en el sujeto paciente, en el ser sufriente, así que es imposible que pueda entender lo que realmente le sucede a la persona que realmente está sufriendo el mal.
Para llevar a cabo el proceso con éxito, tendríamos que echar mano de esa extraña figura smithiana que es el espectador imparcial. Lo que este sujeto teórico posibilitaría sería un sacarnos de sí, alejándonos del yo, y ver nuestros males y los males ajenos, nuestros bienes y los bienes ajenos, desde el punto de vista de un espectador al que no le influye en primera persona la desgracia, que no teme padecer los males en un futuro. De esta forma, nos decía Adam Smith, podíamos desvelar el velo del dolor y guiándonos por la simpatía, que no nos coloca en el lugar del otro, sino que nos hace sentir lo que siente él, poder conseguir ponderar mejor la realidad.
Por supuesto, la figura del espectador imparcial es una quimera. Quizás, salvo casos excepcionales, el común de los mortales somos incapaces de salirnos del yo para sentir lo que sea. Éste nos sigue donde vayamos porque somos nosotros. Incluso aunque no exista, incluso aunque no sea más que momentos, trocitos de papel que nos empeñamos en pegar para sentirnos más seguros, incluso en este caso decíamos, no podemos evadirnos de él.
Pero lo que sí que podemos hacer es darnos cuenta de esa limitación. Podemos comprender que realmente no podemos conocer la situación de ese otro sufrimiento y tratar de escucharle, de tratar entender lo que nos dice, pero nunca suponer que porque nosotros en su situación creemos que sentiríamos “algo” esa persona siente ese “algo”. Y, sin embargo, esto es lo que hacemos muchas veces en ese proceso de falsa empatía.
Imagen: reflexionesdelabibliaensenanzas.blogspot.com.es