¿Para qué sirve el dolor?
Asegura Art Spiegelman que en Mouse —su famoso cómic sobre el Holocausto— se presenta el racismo de su padre Vladek —uno de los millones de judíos que padecieron en un campo de concentración nazi y, a la postre, el narrador de la historia que leemos en Mouse— de suerte que se puede sacar (entre otras muchas) la siguiente conclusión: «Mira, sufrir no te hace mejor, ¡solo te hace sufrir!».
Al margen de las implicaciones de la afirmación anterior para la obra de Spiegelman, sus consecuencias se pueden extrapolar al a historia del pensamiento, viendo un desarrollo concreto (sobre todo en occidente) de lo que significa sufrimiento.
El dolor extremo, el padecimiento insoportable, se ha tendido a ver como un castigo divino, tanto en el cristianismo como en las civilizaciones paganas anteriores. Durante la antigüedad Clásica (en Grecia y Roma) se consideraban las malformaciones de nacimiento como una muestra de que algo no iba con los dioses, se entendía que el bebé con algún tipo de deficiencia o con alguna característica que le hacía muy diferente a la norma era un mensaje para sus padres que los dioses le hacían llegar. Y, como decíamos, lo mismo ocurría en el cristianismo, donde, por ejemplo, Lutero afirmaba que eran una especie de súcubos (de demonios) que sustituían a los verdaderos bebés.
La clave está en situar el mal recibido dentro de un marco que le dé sentido. Los amigos que veían las desgracias que sufría Job, nos dice la Biblia, no podían más que pensar que algo habría hecho para sufrir semejantes desgracias. El mal debía tener un sentido.
Sin embargo, con la pérdida del peso de Dios en nuestras vidas, sobre todo desde la Ilustración, el dolor dejo de tener ese sentido de marca divina para convertirse de alguna forma en un dolor redentor. Es difícil entenderlo como solamente inicuo, vaciado de todo significante. Así que se comenzó a entender (ya si el halo divino) como un proceso de mejora. Un túnel del que si se consigue salir se hará más fuerte, más sensato, más inteligente… mejor.
Porque de eso se trata, al fin y al cabo, si el dolor existe tiene que ser por alguna razón. No puede ser que solamente exista. O bien es un castigo merecido, o una advertencia o la forma de ser mejor persona. Lo que es desgarrador, lo que es difícil de asumir que no sirva para nada, salvo para sufrir.
Y, de nuevo, volvemos a la afirmación de Spiegelman: «Mira, sufrir no te hace mejor, ¡solo te hace sufrir!». Nos sitúa frente al precipicio y nos conmina a saltar, sin cuerdas, sin anclajes, y sin saber ni tan siquiera de cuántos metros será la caída. El sufrimiento sólo es sufrimiento, no tiene más caras, no le podemos dar la vuelta, ni buscar aristas o departamentos secretos, porque no los tiene. Se nos muestra de primeras tal y cual es, con toda su enormidad y brutalidad. La pregunta es: ¿podemos soportar, admitir, un dolor que solamente duele?
Imagen: http://marcianosmx.com