La soledad es uno de los problemas de las grandes urbes . Edificios enromes, con decenas de vecinos que apenas se conocen entre sí. Nada que ver con los pueblos donde residían nuestros padres o abuelos, en los que todos se conocían y vivían en comunidad. Además, aseguran algunos, internet y las nuevas tecnologías también ayudan a potenciar la soledad al virtualizar el contacto humano , creando una apariencia de relación que en realidad no es tal.
Sin embargo, nos queda la duda de si no será la propia existencia, el propio acto de existir el creador de soledad , si, como dijo Levinás:
Es la existencia la ipseidad encerrada en sí misma. Sin ventanas ni puertas por las que acceder. Portadora de la inconmensurabilidad arroja al yo solo hasta la muerte, que al parecer de Heidegger era la muestra palpable de tal soledad, puesto que a la muerte se llega solo, se muere solo.
Pero ya que hemos hablado de Levinás, sería injusto no recordar que para el filósofo lituano el Otro es el paradigma de la salvación del Yo . También en sus palabras:
De esta suerte nos encontramos con que a pesar de la soledad, de la inconmensurabilidad de la existencia, nuestra única opción es la de darse al otro . Justo a ese que no podemos conocer, puesto que el ser no se puede dar a conocer, no se puede comunicar, tan sólo puede ser.
¿Quién no se ha sentido incomprendido? ¿Quién no se ha sentido solo incluso estando rodeado de personas? Pero, acaso, también, ¿no nos hemos sentido unidos a otro como si fuéramos lo mismo? Cómo no acordarse aquí de aquella metáfora de Platón, que el filósofo griego recordaba en El Banquete , por la que en el pasado existían seres humanos andróginos, unidos por la espalda. Estaban unidos para siempre y sólo la ira de los dioses los separó, como castigo a su insolencia. Es por ello que desde entonces buscamos desesperadamente nuestra mitad perdida.
Probablemente tengamos que vivir con esa tensión palpable en personajes arquetípicos que nos recuerdan nuestra soledad, como aquellos tipos que tan bien encarnaba Bogart, esos personajes cínicos que sólo se tenían a sí mismos, aunque terminaban dándose-al-otro. Sin saber por qué, aunque siempre solía ser por una mujer, terminaban sacrificando incluso la propia mujer, como el Rick de Casablanca.
Y esta tensión traspasaba inmisericorde toda nuestra vida. Seamos o no consciente de ella, sólo tenemos que analizar nuestros estados de ánimo, lo que sentimos en determinados momentos, cuando creemos que un amigo o pareja nos ha engañado, o cuando, por el contrario, compartimos con un amigo o pareja una buena noticia. Cómo mientras en el primer caso podemos sentirnos completamente solos, náufragos en un mar tormentoso, en el segundo nos sentimos completos, unidos a ese otro que nos acompaña en nuestra felicidad. Y en esa dicotomía viviremos siempre.
Imagen: blogs.lavanguardia.com/metamorfosis