el porvenir
Aseguraba Epicuro, y sus seguidores con él, que el sabio es consciente de los límites de la vida, del placer y del sufrimiento . Por eso podía ser tranquilo e inquebrantable. También, decían, es consciente de que la muerte no es nada para nosotros. Y al obtener todo lo necesario de su interior —no nos estamos refiriendo a lo material, alimentos, etc. — el porvenir no le aflige o incomoda lo más mínimo.
Bien, quizás sea ese el proceder del sabio epicúreo, pero resulta que la gran mayoría de nosotros distamos mucho de ser sabios (sea como sea que pretendamos definir el término). Y, como bien dice Montaigne:
Pretender que “vivamos el momento” no sólo va en contra de lo que somos, sino que es realmente imposible . Los seres humanos proyectamos nuestro yo en el futuro , es una de nuestras características. Somos capaces de adelantar acontecimientos futuros, incluso a años vista, y padecer o alegrarnos por ellos. Se nos dirá, claro, que es una estupidez sufrir o sentir alegría por lo que no existe, por lo que tal vez nunca exista y por lo que no hay seguridad de que tenga que existir. Pero, probablemente, la estupidez también sea una de nuestras características como especie.
Miramos por nuestra reputación incluso cuando estamos muertos . Ese legado que será el recuerdo que dejemos en otras personas, y que junto a la genética (a través de la procreación) es lo más parecido a la inmortalidad que poseemos —cuando menos de la que tenemos pruebas— también nos impele a actuar de determinada manera. Eso que no existe (el recuerdo futuro) y que cuando lo haga no nos afectará, pues estaremos muertos, se vuelve hacia nosotros en el presente.
Por eso, frente a lo que decía Solón, que aseguraba que no se podía decir de nadie que fuera afortunado hasta su muerte —puesto que en cualquier momento la desgracia podría acaecer—, Aristóteles se preguntaba si de aquella persona que durante su vida había vivido bien y había muerto “como conviene” era lícito asegurar que había sido afortunado si:
¿Qué nos importará lo que pensarán de nosotros cuando hayamos muerto? Sobre todo si, como decía Séneca:
Y aunque dependiendo de nuestra forma de ver el mundo la sentencia anterior puede tener diferentes significados —si consideramos la teoría de la reminiscencia platónica, por ejemplo— vamos a entenderla de una forma determinada: como estar en ninguna parte.
Pero resulta que nos importa ahora, nuestro yo presente es el que se siente cuestionado, odiado, repudiado o vilipendiado. Porque traemos el mañana al hoy, porque no estamos en nuestra época, porque siempre estamos más allá.
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