Estamos perdidos
El ser humano es el animal desvalido por excelencia. Desde que nacemos, necesitamos de la ayuda de los demás para existir. En nuestra infancia somos más desvalidos que los demás mamíferos por un periodo mayor de tiempo. Y aunque un guepardo, por poner un ejemplo, pueda vivir mientras tenga alimento y agua, los seres humanos, o por lo menos la mayoría, nos desesperaríamos sin poder conectarnos a internet, ir al cine a ver una película, tomar unas copas con unos amigos… Cosas que solamente los humanos hacemos o podemos hacer.
Sin embargo, en paralelo, existe una corriente de pensamiento que nos impele a hacer frente a esas necesidades, que nos conmina a abrazar el ascetismo, única fuente de felicidad. Según éste, nuestras pasiones y sentimientos no son más que debilidad que debemos abandonar. Así entendían el mundo los estoicos o los escépticos, que tienen como fundador a Pirrón del que se conocen múltiples anécdotas que muestran su imperturbabilidad, hasta el punto de pasar de largo ante un amigo caído, sin ayudarle —más que amigo, era su maestro Anaxarco, que le defendió ante las críticas de los demás, alabando su entereza.
Pero también las religiones, como el cristianismo o el budismo alaban esa pulcritud en las pasiones, también nos conminan a abandonarlas, a liberarnos del cuerpo, representado como cárcel, para centrarnos en cotas más elevadas, para alcanzar ese nirvana que buscan los budistas.
Así, nos encontramos con una doble visión del mundo, que por un lado nos apasiona y por otra nos pide que nos desapasionemos; que por un lado nos asegura que estamos solos en el mundo, pero por otro nos deja bien claro que necesitamos de los demás para seguir viviendo.
Esta visión múltiple, que es fruto de toda la historia del pensamiento, en su sentido más amplio, y vital del ser humano nos sitúa en la actualidad ante un ser conscientemente perdido.
La soledad parece ganar terreno, a la vez que el mundo 2.0 nos une con todas las partes del planeta tierra, con todos sus rincones. Estamos a la vez más unidos y solos que nunca antes.
Claro, más allá de lo inevitable, de que para comprar el pan necesitamos que alguien lo venda; que ese alguien, para venderlo, necesita que alguien lo produzca; que le productor necesita para producirlo que antes alguien haya cultivado el trigo, etc.; decíamos, al margen de esa unión mercantil, que parece que para algunos es la única correcta, también necesitamos de una unión sentimental, pasional. Y es ésta la que, desde muchos ámbitos, no se ve tan necesaria, o incluso perjudicial.
Pero lo que nos deberíamos preguntar es si al rechazar nuestra parte pasional —irracional dirán algunos— no estaremos cercenando lo que realmente somos —algo que, por otra parte, ya señaló Nietzsche, sino estaremos haciendo como en la China milenaria, donde se vendaban los pies a las mujeres para que no crecieren, donde deliberadamente se les atrofiaba. La pregunta, por tanto, es si no nos estaremos atrofiando consciente o inconscientemente.
Aunque hay otra pregunta, igual de perentoria, que surge de la anterior: ¿Y qué debemos hacer para no atrofiarnos?
Imagen: suzanne.myblog.es/suzanne/2