Homo homini lupus
El hombre es un lobo para el hombre. Seguramente hayáis escuchado o leído esta frase más de una vez. Se suele poner en boca de Thomas Hobbes, que realmente la popularizó, pero la frase original es del romano Plauto, que escribió Homo homini lupus. Sí, distinto idioma, pero mismo significado. Sencillamente se nos define como seres sedientos de sangre, solitarios, capaces de destruir a cualquiera para lograr nuestros objetivos. Lo que cuadraba perfectamente que tenía el inglés de lo que somos. Seres egoístas, despiadados, aunque también temerosos —cualidad que no se le presupone al lobo— de ahí que termináramos juntándonos en comunidad.
Esta es una visión descorazonadora de lo que somos, pero que, incluso sin ser verbalizada, es seguida por mucha gente. Es un pensamiento que lo podemos encontrar en muchas de nuestras conversaciones, e incluso que muchos de los lectores de este artículo la acepten.
Incluso podemos llegar a creer con Sartre que el infierno son los otros. Pero el caso es que no estamos unidos en sociedad por una elección que podríamos no tomar. Somos como somos porque somos en sociedad. De lo contrario, seríamos otra cosa.
Está demostrado que las acciones que llamamos altruistas generan en nosotros una sensación de bienestar por una reacción biológica. Es decir, estamos preparados y encaminados para llevarlas a cabo. Pero no es menos verdad que hay estudios que indican que los estudiantes de microeconomía tienen tendencia a tomar decisiones más egoístas que el resto. Lo que obliga a preguntarse si son los estudios de microeconomía los que conllevan al egoísmo o si simplemente es que los más egoístas entre los egoístas, por alguna extraña razón, deciden estudiar microeconomía. Particularmente me inclino por lo primero.
Pero tampoco podemos ser ingenuos y recuperar la tesis rousseana del buen salvaje. Si el ser humano no es malo por naturaleza tampoco es bueno por naturaleza. Las simplificaciones de este estilo suelen estar erradas, como no podía ser de otra forma, claro.
Y es que resulta que somos seres bastante complejos, querer reducirnos tanto es un mal camino. Sin embargo, dentro de nuestra complejidad podemos diferenciar rasgos evidentes que nos definen. Como la empatía, por ejemplo. De hecho, cuando encontramos a alguien sin empatía entendemos que le sucede algo extraño. Por lo menos no es lo habitual. Como tampoco lo es encontrar a alguien que nunca piense en sí mismo, que siempre anteponga las necesidades de los demás a las suyas. Sin embargo, curiosamente, soportamos mejor esta segunda alternativa por considerarla más noble que la primera. Aunque siempre los habrá que piensen que nos alegramos porque nos beneficia que los demás sean altruistas mientras nosotros no lo somos.
Por lo mismo, pensarán que en el caso de ser altruistas lo hacemos por puro egoísmo, porque nos beneficia de alguna manera. Así que todo lo hacemos por nuestro propio ego. Para esta gente el hombre siempre será un lobo para el hombre. Incluso lo que se haga con desagrado, por puro deber, será considerado egoísta, puesto que si se hace es porque se cree que es lo que hay que hacer y por tanto lo correcto y eso nos dará placer.
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