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La Metafísica de Kant – Cuarta Parte

Publicado por Malena

La Metafísica de Kant-Cuarta Parte

Kant hace una distinción entre la voluntad autónoma, que es la que se da a si misma su propia ley; y la heterónoma, cuando la recibe de algo o alguien que no es ella.

Históricamente los principios de la moral son de voluntad heterónoma, o sea, tratar que el hombre ajuste su conducta a una forma de acción, la cumpla o no la cumpla, al considerar las consecuencias de esa acción.

La voluntad autónoma es una ley formal; no se trata de no hacer esto o aquello, ni tampoco de una serie de mandatos, sino del respeto a la universalidad y necesidad de la ley según el mérito de la propia conciencia.

La voluntad moral pura es voluntad autónoma, por lo tanto es libre y tiene que serlo, porque valoramos las acciones como buenas o malas.

La conciencia moral es un hecho, así como la ciencia, por lo tanto, una de las condiciones de la conciencia moral es la libertad de la voluntad.

La conciencia moral no es conocimiento sino un acto de valoración; y ese acto nos relaciona con un mundo diferente al de los fenómenos, un mundo puramente inteligible de realidades suprasensibles, al que sólo se llega por medio de intuiciones morales, dimensión de la conciencia humana valorativa y moral.

De manera que la personalidad humana tiene dos aspectos, un yo como sujeto cognoscente y el mismo yo que también es conciencia moral, que se estima y valora a si mismo, a los otros y en relación a los otros.

El primer postulado de la razón práctica o conciencia moral es el de la libre voluntad; y el segundo postulado es el de la inmortalidad.

Si la voluntad es libre y nos permite penetrar en ese mundo inteligible como persona moral, no estamos sujetos a las condiciones de tiempo, espacio y categorías.

Para Kant el hombre alcanza la santidad cuando ha dominado en el mundo concreto toda determinación moral, para responder sólo a la ley moral universal.

Ese ideal se realiza en el mundo metafísico de las cosas en sí mismas que no se pueden conocer y en esto radica la creencia de la inmortalidad del alma.

El tercer postulado de la razón práctica es la existencia de Dios. Dios es una necesidad de la estructura inteligible moral del hombre que nos permite llegar al mundo de las cosas en si.

En ese mundo no hay diferencia entre el ideal y la realidad, entre lo que uno es y lo que quisiera ser, entre lo que desea la conciencia moral y lo que hace la flaqueza humana en el mundo de los fenómenos.

Esa diferencia entre la realidad y el ideal que existe en este mundo fenoménico, es la que lo hace trágico y doloroso, porque la naturaleza es una sucesión de causas y efectos que no ve los valores morales.

El hombre desea ser santo pero es pecador, la sociedad quiere ser justa pero muchas veces prevalecen la injusticia y los crímenes impunes.

El acuerdo entre lo que es y lo que debe ser requiere una unidad sintética superior y a esa unidad Kant la denomina Dios.

Dios es el ente metafísico en el que está unida la plena realidad y el pleno ideal.

Kant finaliza su pensamiento con la idea más elevada del idealismo científico del siglo XVIII, la supremacía de la razón práctica o conciencia moral sobre la razón pura o conocimiento sintético “a priori”; porque la razón práctica puede lograr lo que la razón pura no puede alcanzar, o sea las verdades de la metafísica, lo que verdaderamente existe, un mundo de almas puras y racionales, libres y santas, regido por el Hacedor Supremo que es Dios.

Todo el conocimiento tiene el sentido de estar al servicio de la ley moral, la razón práctica; para mejorarse, educarse y realizarse aunque sea en forma imperfecta, como pueden ser las cosas de este mundo, lo más parecido a la pureza del otro mundo.

La idea de progreso sólo tiene sentido cuando se llega a la metafísica de Kant que considera que los objetos metafísicos son también ideales, objetivos hacia donde se dirige la historia.

Fuente: “Introducción a la filosofía”, Manuel García Morente