Filosofía

Intersubjetivo

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

Intersubjetivo es el nombre que recibe un tipo de conocimiento, a saber, el conocimiento de contenidos mentales pertenecientes a otras mentes. Este se suele definir junto al conocimiento subjetivo (de la propia mente) y al conocimiento objetivo (del mundo externo a las mentes). Desde la Edad Moderna ha resultado natural pensar que el conocimiento subjetivo, de la propia mente, es el más seguro y menos problemático de todos. El conocimiento objetivo, por su parte, fue considerado más incierto, llegándose a pensar que el conocimiento del mundo externo es imposible. Por último, el conocimiento intersubjetivo, era el más incierto. De hecho no fue hasta el siglo XX que se tuvo en consideración. En este caso, se llega a dudar hasta de la existencia de otras mentes.

Conocimiento intersubjetivo

1. La opacidad de la mente

Una forma bastante natural de ver las cosas consiste en considerar que la mente es el cerebro y que este está en la cabeza, de modo que lo que piensa cualquier persona es inaccesible para cualquier otra. En este caso, la mente era vista o como el cerebro mismo o como la contrapartida inmaterial del cerebro.

De entre todos los seres con capacidad de conocimiento, solo uno mismo tiene acceso, según esta concepción tradicional, a su mente y nadie más. De este modo, conocer contenidos mentales de otras mentes resulta imposible. Es un escenario con un solo espectador, el yo.

Este modo de pensar dominante hasta el siglo XX hacía que hablar de conocimiento intersubjetivo fuera hablar de quimeras. De hecho lo común era no hablar de ello ni tan siquiera. Se daba por sentado que los contenidos mentales poblaban un mundo privado de representaciones.

2. Las enseñanzas de Wittgenstein

Dos enseñanzas, con respecto al tema que estamos tratando, se le pueden atribuir a Ludwig Wittgenstein. Ambas aparecen en sus Investigaciones Filosóficas. En primer lugar, Wittgenstein nos avisa de que la aparente homogeneidad de nuestro lenguaje, de las expresiones lingüísticas, nos puede llevar a perder de vista su diversidad de usos, sobre todo cuando filosofamos. En el caso de la mente, la tendencia general ha sido tratarla como a un objeto, hablar de ella del mismo modo que hablamos de una caja llena de cosas. Cada uno tiene su caja y cada uno puede acceder solo a la suya.

La segunda de sus enseñanzas es que, en realidad, lo que llamamos escenario interno de la mente, no es más que una forma bastante sofisticada de hablar de nuestro entorno. Parafraseando a Wittgenstein, hablar de mi impresión de coche rojo no es más que una forma sofisticada de hablar del coche rojo que estoy viendo. Así, quien dice que la habitación en la que está no es más que un conjunto de impresiones sensoriales, simplemente está hablando de una forma peculiar de la habitación en la que está.

Las conclusiones de estas enseñanzas las saca Wittgenstein de forma lapidaria: Si Dios mirara en mi cabeza no vería en quién o qué estaba pensando, entre otras cosas porque la mente no es un contenedor de ideas y representaciones. Ni siquiera es un objeto.

3. Conocimiento intersubjetivo

Como decíamos, el conocimiento intersubjetivo es el conocimiento de contenidos de otras mentes, ahora bien, la expresión «contenidos de otras mentes (o de mi mente)» es una metáfora, que proviene de la idea de que la mente es un contenedor de ideas, representaciones, sensaciones, etc.

En lugar de concebir la mente como un contenedor en la cabeza, Gareth Evans, quien murió prematuramente a los 34 años de edad, propuso este modelo, el cual convierte al conocimiento intersubjetivo en no problemático. En efecto, en su libro póstumo The Varieties of Reference, Evans propone una nueva manera de concebir la mente, como un modo de estar situado en el mundo, centrado desde el punto de vista del espacio de acción, percepción y movimiento del sujeto. En otras palabras, el sujeto habla del mundo en términos egocéntricos, personales. El sujeto, el yo si se quiere, está situado en el espacio egocéntrico, siendo el punto de referencia principal. Se trata de la forma en que el sujeto concibe el espacio, como siendo el centro del mismo. Desde este espacio, el sujeto utiliza unas coordenadas lo toman a él mismo como punto de referencia: arriba, abajo, enfrente, detrás, a la izquierda y a la derecha.

Para cada sujeto el espacio tiene un punto de partida, a saber, él mismo. Un sonido lo oye un sujeto como viniendo de una dirección determinada, siendo él mismo el punto de referencia principal («oigo pasos detrás de mí»). El sujeto cuenta con un mapa cognitivo, en el que él mismo está situado como punto central. Este mapa cognitivo es una representación en la que las relaciones espaciales entre los objetos que lo pueblan son representadas simultáneamente. En este caso, la mente no estaría en la cabeza, sino en todas partes.

El espacio egocéntrico es el mundo externo al sujeto, solo que tomando como punto central de ese espacio al sujeto mismo. Este es capaz de situarse a sí mismo en el espacio externo objetivándolo, gracias a que, según Evans, cuenta con la facultad conceptual de identificar posiciones en su espacio egocéntrico con posiciones en el espacio objetivo. Se puede ver con un ejemplo: mi ordenador está en frente mía. Esta es una forma egocéntrica de situar al ordenador en el espacio egocéntrico. Esta misma posición la puedo identificar con otra libre de especificaciones egocéntricas: el ordenador está sobre la mesa, delante de la pared.

Con esta concepción de la mente el conocimiento intersubjetivo se vuelve posible, en la medida en que el espacio egocéntrico no es una entidad oculta a miradas ajenas que contiene ideas, representaciones, sensaciones, etc. Más bien es una forma subjetiva de concebir el espacio, subjetiva en el sentido de que el sujeto es el punto de referencia de ese espacio.