Reencarnación-Segunda Parte
En Occidente la idea de la transmigración de las almas comenzó en Grecia con los órficos a partir del año VI a. de C.
El Orfismo comenzó siendo una teoría de la caída, los hombres habrían surgido a partir de las cenizas de los titanes, sacrificados por Zeus, por haber devorado a su hijo Zagreo.
De modo que el hombre era una chispa del dios Zagreo, un alma no liberada que sólo podía conocer la verdadera vida después de la muerte.
Cuando eso sucedía era para volver a encarnarse como animal o como humano, para cumplir con una extensa trayectoria para lograr la expiación y purificación.
Durante eones las sucesivas vidas se alternaban, ya sea en la tierra con un cuerpo o en el Hades. La liberación sólo era posible para los que vivían conscientemente, en función a lo que demandaba la disciplina órfica, una vida ascética y el cumplimiento de rituales.
Una vez que el alma se purificaba de esta manera habitaría el mundo de las almas y podría estar con los dioses.
Perecides, en 550 a. de C. fue el primer maestro que enseñó la reencarnación en Grecia, por medio de su “Teología” que se conoce como “Los Siete Adyta”.
Esta doctrina provenía de los libros secretos de los fenicios y de los maestros caldeos y egipcios.
Perecides fue maestro de Pitágoras, quien viajó por Oriente y perteneció a una secta que tenía puntos en común con los órficos.
Pitágoras hablaba de la inmortalidad del alma humana, su esclavitud del cuerpo, su vida en el infra mundo parecido a un Purgatorio, ya en el Hades como en la Tierra, como animal o como hombre, y que sólo podía salvarse y ser inmortal mediante el conocimiento de lo sagrado y el ascentismo.
Todos estos conceptos eran secretos, porque los miembros de estas sectas estaban obligados a mantener la más absoluta reserva sobre sus investigaciones y conclusiones.
Píndaro (518-438 a. de C.) simbolizaba a esta vida y la próxima vida como sitios de recompensas o castigos por comportamientos tenidos en la anterior, y había que vivir en forma piadosa tres veces en cada lado para pasar a la eternidad.
Platón también había sido influido por el pensamiento órfico y pitagórico. En La República, Fedón, Menón, Timeo y Las Leyes expresa sus teorías sobre el renacimiento.
Platón sostenía que el alma es inmortal y perfecta, que pertenece al reino del Ser, que es el mundo trascendente de las ideas.
En ese mítico lugar, existiría un cierto número de almas, que son sustancias con la cualidad de la vida. Aún siendo inmortal estas almas podían cambiar sus formas, obligadas a reencarnarse en el universo para finalmente regresar al Universo del Ser, respetando un proceso cíclico propio de la naturaleza.
La individualidad física desaparece con el cuerpo pero sus elementos pasan a formar parte de otros.
El alma humana se reencarna nueve veces según el grado de verdad que desarrolla y el hombre sensual por ejemplo es el que se reencarna con más facilidad pero en condiciones desfavorables.
Aristóteles (384-322 a. de C.) comenzó aceptando las vidas pasadas y la posibilidad de la reencarnación pero más adelante abandonó esas ideas.
Mantuvo el concepto que el alma es inmortal y que su verdadero estado esencial es vivir sin el cuerpo.
Virgilio, en el Libro VI de «La Eneida» aporta la visión pitagórica de la vida más allá de la muerte, cuando el muerto Anquises acompaña a Eneas por el mundo subterráneo, describiendo la purificación de las almas que tienen que beber del agua del río del olvido para poder reencarnarse.
Ovidio enseña que el alma puede pasar de un animal a un hombre y de un hombre a un animal, utilizando la metáfora de la cera flexible, que puede adquirir distintas formas sin dejar de ser la misma; y Salustio señalaba que la transmigración de las almas era probada por las aflicciones congénitas que sufren muchos seres humanos.
Fuente: «Reencarnación – Creencias Ancestrales y Testimonios Modernos», de David Christie-Murray, Ed. Robin Book, Argentina, 1993
(Continúa Tercera Parte)