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Ontología y lenguaje

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

La ontología y el lenguaje están inevitablemente unidos. Es decir, nuestro esquema conceptual está muy ligado al lenguaje que hablamos, de su estructura gramatical y del significado que atribuimos a los nombres propios y comunes que figuran en nuestro lenguaje. Es algo que ya se veía en la antigüedad, cuando la palabra ontología no estaba de moda y los estudios sobre el lenguaje eran bastante rudimentarios. Aristóteles basa buena parte de su ontología en la estructura sujeto y predicado y el resumen de su ontología es bien claro: «el ser se dice de muchas maneras». Más tarde, Friedrich Nietzsche dirá que la metafísica occidental depende de la gramática de las lenguas que se hablan por aquí, que en el fondo la metafísica es gramática hipostasiada. Por su parte, más W. v O. Quine dirimirá las cuestiones ontológicas llevándolas, de forma explícita, al plano de la semántica. A continuación veremos cómo estos vínculos se han manifestado en la historia de la filosofía.

Ontología y lenguaje

Aristóteles y las maneras de decirse el ser: ontología y gramática

Aristóteles es consciente, en su reflexión, que el ser, en general, es decir que lo que es, es de alguna manera, es decir, el ser está sentado, de pie, arrodillado, etc. Está en algún lugar, en algún tiempo, en relación a algo, etc. Y este modo de ver la realidad se basaba en la estructura gramatical de las oraciones enunciativas, es decir, en la estructura sujeto y predicado. Si decimos «Antonio está sentado». «Antonio» es el nombre utilizado para nombrar a una substancia, una entidad, de la cual se predica algo, en este caso que «está sentado». Por supuesto, cuando Aristóteles habla del ser, no se refiere a ninguna entidad particular, sino al ser en general. En realidad habla de todas las entidades y de ninguna.

Quine y el problema ontológico: ontología y semántica

Quine siempre fue muy suspicaz a la hora de inflar el mundo de entidades, por ello cuando discutía sobre la existencia de una entidad particular prefería trasladar la cuestión de la ontología a la semántica. Según Quine los problemas ontológicos son muy complicados de discutir. Cuando A y B sostienen tesis contrarias respecto de la existencia de una entidad a, ocurre que el que defiende la parte negativa, a saber, que a no existe, no interpreta los enunciados en los que aparece a del mismo modo que lo hace B, que piensa que a sí que existe. En este caso, dirá Quine, hay que ver qué entidades asigna B al nombre de a, para conocer de primera mano qué da B por verdadero y qué da por falso.

Por otra parte, Quine consideraba los nombres como engañosos, de modo que recomendaba eliminarlos en el cálculo de predicados, con el objetivo de evitar paradojas como la del ser del no ser. En este caso, Quine proponía sustituirlos por predicados, de manera que se evitara el compromiso ontológico que supone el uso de nombres propios. El ejemplo clásico utilizado tanto por Quine como por sus críticos es el de sustituir «Sócrates» por «la cosa que socratea».