Patriotismo
El patriotismo es amor a la patria. Los patriotas son individuos que se sienten identificados con su patria. Yo, por mi parte, me llamo Esteban y no soy patriota. De hecho considero que el patriotismo es, cuanto menos, peligroso, tanto para el propio patriota como para el resto de las personas. Desde un punto de vista ético es un sentimiento reprobable.
La patria
La patria puede ser un lugar concreto al que un individuo se siente afectuosamente ligado, porque ha nacido en ese lugar, porque se ha criado allí o porque vive desde hace mucho tiempo en ese lugar. Los individuos también pueden sentir tal sentimiento hacia una nación, la cual no es un lugar. Cuando se considera que la patria es un lugar, se habla de «patria chica»; cuando se trata de una nación, se habla de «patria» sin apelativos.
El sentido de patriotismo que me interesa, y que me produce dolor de estómago y náuseas, es el de amor a la nación o país.
¿Por qué no soy patriota?
Me parece razonable que uno se sienta más o menos vinculado hacia el lugar en el que vive o en el que se ha criado, pero no me parece muy razonable sentirse vinculado hacia una nación, ya que las naciones ni siquiera existen de forma sustantiva. Son solo una ilusión política creada para subyugar fácilmente a una gran cantidad de individuos. Sin una fuerza militar y policial, decir que determinada extensión de tierra es una nación no es muy diferente, a efectos prácticos, que decir que cada vez que me levanto de la cama, las nubes se vuelven azules y el cielo despejado se vuelve blanco.
Las naciones son convencionales, no son entidades concretas, al contrario de lo que ocurre con las aldeas, los pueblos y las ciudades. Conocemos las naciones por los mapas. Las únicas manifestaciones materiales de las naciones, son los territorios que engloban convencionalmente, la fuerza bruta de su policía y sus ejércitos, los himnos, sus gobernantes, algunos edificios administrativos y las banderas. Surgen a partir de unificaciones territoriales, esto es, de lugares concretos. Y tales unificaciones no se hacen ni por el bien de los individuos que habitan los lugares unificados ni por capricho ni por mandato divino, sino con el objetivo de concentrar poder sobre un mayor número de individuos y sobre una mayor extensión territorial.
Las naciones son demasiado abstractas como para que surjan sentimientos por ellas, por eso el patriotismo a este nivel necesita ser inculcado a los individuos desde la más tierna infancia. Los vínculos que cualquiera puede sentir hacia el lugar en el que vive no necesitan ser inculcados: uno vive allí, se relaciona con personas del lugar, pasea por allí, probablemente tiene familiares en ese lugar, tiene un mapa mental de ese lugar, etc. Para que alguien se sienta vinculado al lugar en el que vive no hace falta inculcar nada, basta con llevar una vida humana. De hecho, uno vive en su país en el sentido de que vive en algún lugar concreto, por ejemplo la ciudad de Salamanca, y que allí hay algunos edificios con banderas de España, policía que depende del gobierno de España y poco más. Es decir, en sentido estricto uno vive en la ciudad de Salamanca y solo vive en España en un sentido convencionalmente derivado.
Dado que las naciones son extrañas para los individuos, necesitan del patriotismo para sobrevivir. El único modo de vincular a un individuo con una nación es la educación y la única vinculación que de aquí puede surgir es un sentimiento hacia las banderas, los himnos y determinados «valores nacionales», todo ello aderezado con bastante mitología.
Las personas que concentran el poder sobre una nación, sean reyes o banqueros, pueden ver amenazada muy frecuentemente su hegemonía. Por un lado, los individuos sobre los que se ejerce el poder han de ser domesticados y sus mentes han de ser colonizadas, para que amen aquello que, en realidad, supone un robo de soberanía local e individual. Por otra parte, las personas poderosas compiten entre ellas para aumentar su cuota de poder. A veces se enfrentan. En este caso, se utiliza a los individuos para que combatan, literalmente, en nombre de la patria.
El amor a la patria es insano y no es recíproco. El patriotismo exige a los individuos amor incondicional a su nación. Pero este es un amor insano, patológico. Se les llega a exigir que mueran por su patria, lo cual es una atrocidad, sobre todo cuando no se dice que la patria debería perecer por los individuos. Decir que una nación, su existencia o su unidad territorial, está por encima de la vida de una sola persona es una barbaridad. En realidad, lo racional y razonable sería disolver una nación si la vida de un solo individuo, aunque fuera un perro, dependiera de ello, y no al revés.
Cualquiera que otorgue prioridad a la permanencia de una nación sobre la permanencia de un individuo sufre una enfermiza inversión de valores o tiene intereses materiales en la permanencia de la nación.