Imperativo categórico de Kant
El concepto de imperativo categórico fue introducido por Inmanuel Kant en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Se trata de un tipo de imperativo, el cual es universal y es característico de la moral. Los imperativos morales, para ser considerados tales deben ser categóricos, esto es, no deben estar condicionados y el objeto de lo que se ordena en el imperativo ha de ser un fin en sí mismo.
Formulaciones del imperativo categórico de Kant
Kant dio cinco formulaciones de su imperativo categórico que, a diferencia de lo que algunos creen, no son alternativas, sino complementarias, es decir, que se enlazan entre sí, formando un sistema moral consistente. En la tabla siguiente puedes ver estas formulaciones y sus nombres, según la nomenclatura propuesta por H. J. Paton en The Categorial Imperative (1948).
Si se atiende a las formulaciones del imperativo categórico se pueden hacer las siguientes observaciones. La primera, es que no es un imperativo que se ajuste a las acciones, sino a las «máximas» que guían a estas. Esto es, es un imperativo de segundo orden, en la medida en que se aplica sobre principios morales y no sobre las acciones mismas. Más o menos, el imperativo categórico viene a ser un filtro racional a las morales particulares. De este modo, lo que nos dice es que nuestras acciones deben estar ajustadas a máximas morales por las cuales nos guiamos por el hecho de que son las máximas que quisiéramos que todo el mundo siguiera en esas mismas circunstancias. Desde esta perspectiva, la fórmula del fin en sí mismo es la única que no hace referencia a «máximas», si bien sí que toma en cuenta a la humanidad como fin en sí mismo.
Universalidad, libertad, deber y buena voluntad
Los imperativos morales tienen la forma «yo debo hacer esto y lo otro» o «yo no debo hacer aquello». Según el imperativo categórico de Kant, los imperativos morales han de emanar de una buena voluntad, es decir, el imperativo que se siga para obrar y que queremos que se convierta en ley universal o de la naturaleza o algo así, se sigue no porque el hecho de actuar así conlleve que me vaya a volver más alto y más guapo o porque me vaya a hacer rico o ambas cosas, sino porque entendemos que nuestro deber es actuar de ese modo. Se trata de un deber autoimpuesto por nuestra propia razón. En efecto, tal y como se recoge en algunas de las formulaciones del imperativo categórico, sobre todo en la del reino de los fines, la máxima que uno debe seguir debe ser tal que yo al actuar bajo esta guía esté legislando para todos los demás y para mí, siendo yo mismo, al actuar de esa manera, un ejemplo a seguir.
La máxima elegida debe ser, como se ve en casi todas las formulaciones, universalizable. Es decir, para considerarse un imperativo moral, la hemos de seguir porque querríamos que todo el mundo la siguiera, en todo momento y en todo lugar. Por otra parte, es universalizable en el sentido que está más allá de todo convencionalismo social o convicción moral particular.
La elección de la máxima que guía mis acciones, desde un punto de vista moral, es libre. La elijo porque considero que es racional actuar así y es una autoridad que me da mi propian razón autónoma y no una instancia externa. No es racional desde un punto de vista instrumental, más bien lo es porque actuar de modo contrario al que la máxima en cuestión indica es inviable, desde un punto de vista lógico. Por ejemplo, si siguiéramos una máxima según la cual hay circunstancias en las que podríamos hacer una promesa sabiendo que nunca la vamos a cumplir, entonces las promesas no tendrían sentido, porque nadie se fiaría de ellas y tampoco tendría sentido la máxima que permite hacer promesas que se sabe que nunca se van a cumplir bajo determinados supuestos.