¿Qué es una falacia?
Una de las cosas que aprendemos a hacer cuando aprendemos filosofía y lógica es a detectar falacias, algo muy útil en las sociedades democráticas. Dicho brevemente, una falacia es un argumento aparentemente válido que, sin embargo, tiene algún paso en la cadena argumentativa que es incorrecto. A veces cometemos falacias sin darnos cuenta, por error. Sin embargo, muchos políticos, periodistas, publicistas y tertulianos, entre otros, usan falacias con la intención de manipular o persuadir a sus oyentes. Y, aunque hemos de estar al tanto de toda argumentación falaz, son las falacias que se realizan con aviesas intenciones las que nos tienen que poner alerta.
Qué hace que un argumento sea falaz
Las ideas de manipular y de persuadir pueden sugerir la idea de falsedad y de engaño. Seguramente, podemos considerar una falacia como una forma de engaño, si bien ello no implica que el contenido del argumento falaz esté compuesto por falsedades. En efecto, las falacias pueden construirse con premisas y conclusión verdaderas. Esto es así porque la falacia no es tal en virtud del valor de verdad de las premisas, sino en virtud de que el argumento es inválido, esto es, que la conclusión, por verdadera que sea, no se sigue de las premisas, por más que estas sean también verdaderas.
Detectar falacias
No hay un manual, en el sentido de un libro de reglas, método o procedimiento, que nos ayude a detectar falacias. Sin embargo, sí que sabemos lo que hace falta para poder detectarlas. En primer lugar, es muy buena ayuda conocer las posibles falacias, sus formas. En segundo lugar, hay que escuchar (o leer) muy atentamente a nuestro interlocutor. Sobre todo cuando nuestro interlocutor es sospechoso de querer engañarnos, como ocurre con muchos políticos y publicistas.
Las falacias, en el discurso encaminado a la persuasión y la manipulación, suelen aparecer ocultas o, cuanto menos, camufladas, asumiendo algunas de sus premisas de forma implícita y haciendo uso de todo tipo de estratagemas de carácter psicológico.
Algunos ejemplos de falacias
Desde la época de Aristóteles se vienen estudiando y registrando los argumentos falaces y sus formas, de modo que llegados al día de hoy existen muchas registradas. A continuación hablaremos de algunas de ellas, sin entrar en todas, pero aportando algunos ejemplos tomados de la realidad. Dado que de algunas hemos hablado en este blog, las omitiremos aquí.
La petición de principio es una falacia muy habitual, incluso cuando no se quiere ser falaz. Esta falacia consiste en utilizar como premisa aquello que se quiere demostrar, la conclusión del argumento. Por ejemplo, cuando Mariano Rajoy dice que «vamos hacer lo que debemos hacer, porque es lo que hemos de hacer», o algo parecido, está cometiendo una flagrante petición de principio.
Cuando en una discusión veas que tu oponente formula tu planteamiento, pero de una forma caricaturesca o en una versión fácilmente refutable, entonces puedes frenar a tu interlocutor, ya que está utilizando una falacia llamada hombre o muñeco de paja. Cada vez que Francisco Marhuenda, «periodista» (dice él), formula la posición de cualquier oponente que no sea de la derecha más conservadora y reaccionaria, nazis incluidos, hace esta falacia.
Otra forma de debilitar una posición ajena, utilizando una falacia, es aludiendo al hecho de que la persona que defiende dicha posición tiene algún defecto o pecado, lo que hace falsa su posición. Esta es la falacia ad hominem. Por ejemplo, en España parte del Gobierno está metido en un escándalo de corrupción sin precedentes y una pieza clave del caso, José Luis Bárcenas, está encarcelado. Pues bien, los miembros del Gobierno cometen la falacia ad hominem cuando dicen que «las declaraciones de Bárcenas son falsas, puesto que está preso (o es un delincuente).» En efecto, del hecho de que Bárcenas esté preso no se sigue lógicamente que sus declaraciones sean falsas.
Finalmente, una muy bonita que Alberto Fabra, presidente de la Comunidad Valenciana (España), ha cometido recientemente. Resulta que ha decidido cerrar la televisión pública autonómica, Canal 9, y su argumento ha sido el siguiente: «era o un colegio o la televisión pública». Esta falacia se llama falso dilema y consiste en reducir todas las opciones posibles a solo dos opciones. Obviamente, Alberto Fabra quería cerrar la cadena de televisión y ha justificado el cierre de una manera bastante torticera a la opinión pública.