Nietzsche y el eterno retorno
Para Nietzsche, estar enfermo es más instructivo que estar sano, ya que todo el poder para construir algo nuevo es el propio infierno.
El carácter es lo que hace que la vivencia propia retorne siempre.
Toda verdadera filosofía tiene un punto en el que se oculta la vivencia oscura de su autor, quien finalmente en su obra verá reflejada su biografía, porque toda filosofía es una confesión escrita sin querer y sin darse cuenta.
Esta vivencia de eterno retorno, que por su falta de transparencia no se puede formular ni comunicar con facilidad, obliga al filósofo a girar alrededor de ella buscando infructuosamente un mejor método de expresión, y se transforma en simulacros de teorías que a la vez revelan y ocultan lo inexpresable. Así como ocurre con el libro pensado y nunca escrito aunque se lo haya intentado.
Un filósofo tiene tantas filosofías como estados de salud en su vida, porque cada enfermedad engendra un pensamiento y no puede hacer otra cosa que divinizarnos, transformarnos en luz, y en todo lo que somos.
Ese poder de transformación es la filosofía, porque el tormento es el que genera la luz de la visión, el crisol donde se produce la alquimia que da lugar a un nuevo pensamiento.
Son las imágenes de escenas cargadas de intensidad: las que anuncian catástrofes, o el dolor de las pérdidas de los seres queridos, el secreto de la orfandad inicial y de la redención por el dolor.
Zarathustra describe una escena en la que alguien sufre un ataque epiléptico y la asocia con la mordedura de una serpiente, que simboliza la sabiduría, o las garras del demonio, que hacen que la enfermedad moral pueda ser eliminada.
Es cuando el hombre se transforma y se convierte en otro, un nuevo tipo de hombre, tal vez un superhombre, o un dios de la metamorfosis de la existencia.
Sobre la experiencia del retorno, que es fundamental en la filosofía de Nietzsche, éste la mantiene en secreto, porque es una visión que no menciona, por lo menos hasta el año 1888 en Ecce Homo.
En este volumen relata que mientras caminaba un día a orillas de un lago, de pronto es sorprendido por una visión, en la que percibe íntegramente todos los acontecimientos de su vida, hasta los más insignificantes, tal como fueron vividos, mientras a la vez, una voz interior le hace sentir el agobiante presagio de su repetición infinita.
Esta visión es semejante a la que suelen tener quienes se encuentran próximos a la muerte, fenómeno que reproduce una visión de todo el pasado en forma vertiginosa, con la velocidad de un relámpago y que sólo cuentan los que vuelven a la vida.
Bergson, se ocupa de este tema en su libro “Materia y Memoria”, al referirse a las experiencias de personas que sufren asfixia o que se ahogan o que son ahorcados, que al volver a la vida manifiestan haber visto todos los acontecimientos de sus existencias perfectamente ordenados en el tiempo y con los más mínimos detalles.
El científico suizo Albert Heim, realizó una investigación sobre las experiencias vividas por turistas que sufrieron como él mismo, caídas de montaña y estuvieron al borde de la muerte. En un brevísimo instante, que se extiende entre la caída y el golpe, el alma, envuelta en una sensación de beatitud, revive todo el pasado.
Las sustancias alucinógenas también poseen el poder de inducir experiencias similares.
El opio puede llegar a despejar el velo de la percepción adaptativa, cuando la memoria puede mostrar sin trabas, en un instante temporal, toda la vida; y Nietzsche consumía, bajo prescripción médica, todas las noches, opio.
La epilepsia induce a quien la padece el recuerdo de incidentes del pasado, aura intelectual que antes de las crisis, como un flash, se asemeja a la visión panorámica que se suele producir antes de la muerte.
Nietzsche padeció durante la infancia y la adolescencia ataques epilépticos sin pérdida de conocimiento, así como también su padre, quien habitualmente caía en estados de ensoñación que luego no recordaba.
Fuente: Colección Grandes Pensadores, «Nietzsche, Vida Pensamiento y Obra», Edición Planeta DeAgostini, 2007.