Jacques Derrida: deconstrucción
Jacques Derrida, ciudadano francés aunque nacido en Argelia, es uno de los filósofos más influyentes del siglo XX a pesar, o igual por eso mismo, de encontrarse en el centro de muchas críticas. Sea como sea, no sólo en el ámbito de la filosofía, sino en otros muchos también, su nombre y teoría son conocidos, reconocidos y, por decirlo todo, manoseados.
Tanto su obra como la vida tienen dos etapas bien definidas, por lo menos si atendemos a los temas que trata. Antes de la década de los ochenta elabora ese imponente edificio que significa la deconstrucción y su intento por atacar tanto al logocentrismo como al presencialismo. A partir de los años ochenta sus fuerzas vitales las enfoca a cuestiones políticas (así como sus escritos):
En 1981 para ayudar a los intelectuales checos disidentes funda la asociación Jean-Huss, ese mismo año es encarcelado en Praga; en 1983 participa en las actividades culturales para apoyar a Nelson Mandela y en contra del gobierno del Apartheid; colaboró con el colectivo “89 por la igualdad” que pedía el derecho al voto de los inmigrantes en elecciones locales; participó en la campaña para liberar a Mumia Abu-Jamal (periodista negro condenado a muerte); se opuso a la guerra de Irak.
Así que como podemos ver, Derrida fue un activista político muy activo, sobre todo, como decimos, a partir de los años ochenta.
Pero en este artículo vamos a centrarnos en su primera época, para definir los puntos principales de la teoría por la que es más conocido: la deconstrucción.
Deconstrucción
El programa de la deconstrucción es una crítica directa a los fundamentos de la metafísica, que sostienen la vinculación entre palabra oral y razón. Esta unión de ambos conceptos, permite finalmente, identificar razón con realidad, ya que es la palabra la que describe la realidad.
Así, el principal pilar que Derrida tratará de derribar, con su maza deconstructista, será el que sustentan el presentismo y el logocentrismo.
Por el primero, el presentismo, se sostiene que sólo existe el presente, siendo el pasado y el futuro irreales, por lo que deben ser considerados como constructos lógicos o meras ficciones. Por el segundo, el logocentrismo, el centro de todo discurso se sitúa en el logos.
A través de lo que Derrida llama gesto “estructuralista y antiestructuralista”, tras hacer presentes las estructuras de la metafísica, representadas por el logocentrismo y el presentismo, se muestran como ruinas, como estructuras formales inútiles, que no explican nada.
El segundo objetivo de Derrida es recuperar el significado, el poder, de la escritura, que ha quedado subordinada a la palabra, al considerar a esta la forma superior de representación. Por eso trata de liberar el lenguaje, del presentismo, de la presencia. Así, ya no identificará a la escritura con el lenguaje en general sino que por las características que le otorga, le dará una significación divergente al a convencional. Para él es un sistema de “inscripciones” e “instituciones” que depende de factores “anticonvencioales” que resume en la idea de trace (marca). Y la hace converger con la noción innovadora de la différance.
Imagen: 50tav3nt0.wordpress.com