Jean-Jacques Rousseau – Primera Parte
Nació en Ginebra, Bélgica, en 1712, su padre era relojero y su madre falleció al dar a luz. Pertenecía a una familia burguesa protestante y tenía un hermano siete años mayor que él.
Quedó bajo la custodia de su tío quien lo puso bajo el cuidado del pastor Lambercier en Bossey, quien lo educó junto a su hijo en un ambiente campestre. Tenía un carácter altivo, vanidoso y sombrío, pero también era tímido.
Tuvo múltiples trabajos hasta que la influencia de una mujer, la baronesa Mme. De Warens, una viuda que lo convirtió al catolicismo, cambió el rumbo de su existencia obligándolo a estudiar e instruirse.
Rousseau descubrió en esa etapa de su vida que la verdad no está en el yo en sí, sino sólo en la comunidad y que el egoísmo debe ser superado para elevarse a una etapa de sinceridad en que lo personal se identifique con lo universal.
Su experiencia como tutor de los hijos de Monsieur de Mably inspiraron sus reflexiones críticas sobre la educación de esa época, que quedaron plasmadas en su Proyecto para la educación de M. de Sainte-Marie.
Posteriormente se relaciona con Therese Levassieur, mujer analfabeta que lo acompañará toda su vida con la que tiene cinco hijos, a quienes interna en un hospicio por considerar que serían peor educados en su casa.
No obstante, esa conducta injustificable e incoherente con su forma de pensar, se destacó entre las figuras reconocidas de la Ilustración participando con su aporte en el cambio de rumbo de la cultura occidental.
Publicó ensayos, estudios musicales y obras de teatro; pero su principal colaboración en la historia del pensamiento es su teoría del contrato social y el haber iluminado con su obra el espíritu de la revolución francesa.
Fue ante todo un crítico social y su mayor preocupación era el hombre.
Lo sobrevivieron sus conceptos sobre la voluntad general, el pacto social, la sinceridad, la verdad filosófica, la vuelta a la naturaleza y la bondad del hombre no civilizado y le dedicó su vida a la política, a la sociedad, al hombre, a su formación, a la música y a las lenguas.
Frente al empirismo y el avance de las ciencias, intentó volver a la sencillez de los cuestionamientos existenciales del hombre que sigue a la naturaleza y renuncia a los placeres del progreso fruto de la razón y el conocimiento. Sin embargo, Rousseau, partidario de la vida natural y sencilla, nunca pudo justificar a lo largo de su existencia, el abandono de sus cinco hijos.
Se oponía a las artes y a las ciencias por ser esclavizantes y fuentes de corrupción, destacando lo artificioso de la vida social, adornos de la civilización que quitan la libertad y no aseguran la virtud.
Propone pureza y sencillez contra la corrupción y afectación y no reconoce el progreso en las artes y en las ciencias, porque cuanto mayor es el desarrollo científico mayor es la corrupción del alma.
Defiende el valor de la vida salvaje, el cuidado del cuerpo, los valores absolutos, como la verdad, la patria y la sabia naturaleza frente al avance de la civilización.
A la Astronomía la asocia con la superstición y a las artes con los vicios y la ociosidad.
Ataca también a la filosofía como una ocupación ociosa y de poca utilidad para los ciudadanos y propone una filosofía verdadera que se ocupe de la búsqueda de la virtud.
Sobre la literatura critica la supremacía del estilo sobre la función y el descuido de los valores morales.
Su actitud contra el desarrollo del intelecto le otorgó un estilo desafiante y le dio fama, pero se ganó el desprecio de muchos ilustrados que lo calificaban como incoherente.
Para Rousseau el hombre es naturalmente bueno cuando está libre de la carga social, son las instituciones las que lo corrompen y la filosofía debe ayudar al hombre a conocerse a si mismo. La propiedad privada es el origen de todo mal y el ser humano debe volver a su estado salvaje para recuperar la bondad.
Porque según su perspectiva, el salvaje no se queja, no se desanima, ni se suicida.
Fuente: Colección Grandes Pensadores, «Rousseau», Ed. Planeta DeAgostini, 2007
(Continúa segunda parte)