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La democracia parlamentaria puesta a prueba: el referéndum griego

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

La democracia, aparte de ser el gobierno del pueblo, tiene algunas características que la convierten en un sistema político deseable. La principal de ellas es que se basa en un reparto de poder justo y equitativo: cada ciudadano tiene su cuota de poder. Y emparejada a esta, tenemos que en un sistema democrático ningún ciudadano por sí solo tiene capacidad de tomar decisiones políticas: la cuota poder que cada uno tiene es muy pequeña y limitada, por ello las decisiones políticas dependen de la suma de una mayoría de las cuotas de poder de cada ciudadano individual.

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Pero claro, lo anterior no ocurre en la realidad, al menos en la mayoría de los casos. Lo que hoy en día llamamos «democracia», el modelo que se ha impuesto en prácticamente todo el mundo, sobre todo en el occidental, es la democracia parlamentaria, en la que los ciudadanos transfieren sus cuotas de poder individual a unos representantes, quienes consiguen agrandar su propia cuota de poder: así, toda la capacidad de toma de decisiones políticas que estaba repartida entre miles, cientos de miles o millones de ciudadanos, se concentra en unos pocos individuos, ediles, o en unos centenares, los diputados. El resultado es que el poder político está poco repartido, aunque algo más que en las monarquías absolutas, las dictaduras personales y los sistemas aristocráticos.

La democracia parlamentaria y otros poderes no políticos

El poder político es un poder más entre otros (financiero, de los medios de comunicación, religioso, etc.) y su posesión implica estar por encima de los demás poderes: las decisiones políticas afectan a todo el mundo, de un modo u otro. Por ello, hacerse con él es una de las grandes batallas que cruzan prácticamente toda la historia.

Pues bien, resulta que en un sistema democrático parlamentario, la toma del poder político es relativamente fácil: solo basta con dominar la voluntad de la mayoría parlamentaria, o de sus cabecillas (si existe la llamada «disciplina de partido»). Poseyendo el control de unas decenas de parlamentarios o de un par de cientos, en el peor de los casos, se posee el poder político.

El referéndum griego

Grecia celebra este fin de semana un referéndum en el que tomarán una decisión trascendental, tanto para el país como pare el resto de Europa y del mundo. Los griegos decidirán si aceptan las duras imposiciones económicas del BCE, el FMI y el Consejo Europeo, o si rechazan tales imposiciones. En este caso, la mayoría de las personas que transfirieron su cuota de poder a los representantes políticos en las pasadas elecciones griegas, respaldan de facto las decisiones tomadas por estos. Por ello, a los representantes políticos de otros países, e incluso de la oposición al gobierno griego, no les hace gracia que se celebre tal referéndum, ya que son políticos más tradicionales: utilizan su facultad de tomar decisiones a favor del mejor postor, en lugar de favorecer a sus representates.

Cuando los ministros y gobernantes de diversos países se oponen al referéndum griego, estamos viendo el verdadero rostro de la democracia parlamentaria: es un sistema frontalmente opuesto al gobierno del pueblo.