Adictos al Teléfono
Cuando una persona se siente observada o va a ser filmada o fotografiada, no sabe qué hacer con sus manos. Antes de la llegada de los celulares, las manos ociosas usualmente se entretenían sosteniendo un vaso o bien descansando en los bolsillos donde podían jugar con algunas monedas, salvando de esta manera a la gente ansiosa que no sabía dónde ponerlas; pero ahora, gracias a la evolución de la tecnología están los celulares, mágicos objetos que se pueden manipular y que pueden producir el milagro de comunicarse con alguien que está del otro lado de la línea también atado a otro artefacto.
El uso del celular para infinitos fines se ha vuelto una adicción. Millones de personas recurren a ellos cuando están aburridos, cuando tienen que esperar, cuando viajan, cuando caminan, cuando están en una clase, en el baño o en el auto.
Un pequeño adminículo casi imperceptible se ha transformado en un nuevo cordón umbilical que ata a su dueño a la familia, los amigos, a los conocidos, a los vínculos amorosos, etc.
Una persona que días atrás estaba viajando en ómnibus al lado mío; desde hacía más de treinta minutos no paró de hablar por teléfono. Cuando llegó a su destino, se levantó de su asiento, cargó en una mano su cartera, una bolsa con un paquete y el paraguas, porque estaba lloviendo, y con la otra siguió sosteniendo el teléfono, continuando su conversación como si nada.
Los movimientos del vehículo que circulaba en medio de un nutrido tránsito, no la desalentaron, porque parecía tener gran habilidad para mantenerse en equilibrio sin sostenerse, seguramente después de mucho tiempo de práctica.
¿Qué era tan importante que no se podía interrumpir sin arriesgarse a sufrir una caída? Nadie lo sabrá nunca. Pero era obvio que esa persona prefirió en ese momento tener un accidente en lugar de cortar.
Los adelantos tecnológicos deberían hacer más fácil la vida y no más complicada, además cuando se acaba de aprender el funcionamiento de un aparato, aparece otro, más completo y sofisticado que supuestamente se puede llegar a manejar leyendo un mal traducido libro de instrucciones.
El robo de un celular en estos días se puede equiparar a una violación, un ultraje que representa la pérdida de la comunicación y de la información contenida; con el consecuente y traumático corte del anhelado cordón umbilical.
Es evidente que sin esa acostumbrada y amada ligazón, la persona se verá obligada a enfrentar la realidad sola, sin nada que la entretenga, que la acompañe como un lazarillo a todas partes, que la proteja de sus miedos, de su angustia y principalmente, de sus propios pensamientos.
El celular sólo puede ser reemplazado por una computadora, pero éstas sólo funcionan en algunos lugares público pero no mientras se circula por la calle.
Ya salieron los celulares de muñeca, como el que usaba el célebre personaje de ficción de principios del siglo pasado, Dick Tracy, una especie de reloj pulsera que a la vez es un medio de comunicación audiovisual, confirmándose nuevamente lo que pensaron muchos visionarios, que todo lo que se puede imaginar también se puede fabricar.
El celular se ha convertido en una excusa para huir de sí mismo, evitar el desarrollo de una vida interior, no tener intimidad ni vida privada, no tomar decisiones propias, alejar el fantasma de la soledad e interrumpir los contactos cara a cara cuando existe esa oportunidad.
La paradoja es que comunicarse a través de un medio electrónico, no hace a las personas más sociables, sino que los convierte en seres aún más aislados y solos.