El Amor Filial
El amor filial es el afecto por la familia, por los padres, los hermanos, los hijos, los nietos. Con todos ellos, en general, la mayoría está ligada por un genuino sentimiento; y aunque los avatares de la vida, las discusiones o cuestiones de dinero puedan llegar a distanciarlos, siempre permanecerán unidos de alguna forma a ellos.
Pero el afecto hay que cultivarlo, prestarle atención y tiempo, porque la indiferencia y el olvido hacen que se marchite y se seque.
Hay personas que tienen un solo hermano en el mundo y ningún otro familiar y no se hablan entre ellas por antiguas heridas que ni siquiera recuerdan; quizás porque algo las ofendió, porque creen que el otro se cree superior, que no las quiere, porque no les gusta cómo es o cómo piensa; por envidia, por celos o por un montón de motivos diferentes.
Tener un hermano lejos que nunca recuerdo, una madre sola que anhela verme o escuchar mi voz por teléfono, o un hijo que no me habla porque no lo acepto como es, son asignaturas pendientes que nos hacen sentir mal con nosotros mismos.
¿Por qué no los llamo? ¿Por qué no voy a verlos? ¿Por qué no los perdono? ¿Por qué no los quiero? Todo eso es lo que nos preguntamos cuando pensamos en ellos.
Sin embargo, cuando estas personas mueren o están enfermas, de pronto, nos acordamos de ellas y somos capaces de ir a verlas, ocuparnos de todo y hasta de gastarnos el último peso si es que se han muerto, en flores o en un mausoleo que exprese todo nuestro oculto amor por ellas.
Es que sólo somos capaces de enfrentarnos cara a cara con un muerto, cuando ya no nos puede devolver la mirada ni saber que hemos vuelto.
La relación con los padres cuando son viejos, a veces se hace difícil, porque no tenemos tiempo.
A veces, el ignorarlos hace que se vuelvan dependientes y se enfermen, porque necesitan saber que todavía les interesan a alguien y que sólo por eso vale la pena seguir viviendo.
Hay padres que tratan a sus hijos maduros como si todavía fueran niños, les dicen lo que tienen que hacer, lo que les conviene, lo que es mejor para ellos. No es fácil convivir con sus ojos clavados en la nuca todo el tiempo.
Es que no tienen nada que hacer y para ellos lo único que cuenta es lo que nosotros estamos haciendo.
A veces es peor todavía, dejamos de ser sus hijos para convertirnos en sus padres, cuando tenemos que cuidarlos como niños. Cuesta pasar esa etapa en que los padres creen que somos sus padres y ellos nuestros hijos.
Con nosotros no será tan diferente, también alguna vez nos volveremos dependientes de los hijos y anhelemos más que nada en el mundo estar con ellos o que nos hablen por teléfono.
Las relaciones humanas son difíciles porque cada uno de nosotros somos un universo y ya es un milagro que nos comuniquemos. Sin embargo, cuando los años comienzan a notarse y la soledad es la única compañía de los viejos, hay que tener compasión y acercarse a ellos.
Nos pueden sorprender con su sabiduría y podemos pasar un buen rato con ellos, tal vez mejor que ver por televisión por quinta vez un programa viejo.
Es hora de perdonar todos los agravios y llamemos a nuestros padres o vayamos a verlos, los abracemos una vez más y recordemos viejos tiempos. No guardemos rencores ni resentimientos, perdonemos, porque si no lo hacemos, después se hará más difícil enterrar a los muertos.
Hay gente que va a pedir perdón al cementerio y no le alcanza su vida para tener paz en su conciencia. Son personas que prefieren cuidar una tumba con esmero en lugar de relacionarse en vida con afecto.
Ser libres no significa liberarse de la responsabilidad que tenemos, quiere decir ser libres para ser quienes realmente somos y dejar que también los demás lo sean y ninguno puede impedirnos eso.
Dejemos libres a los viejos vivir a su manera y cultivemos su afecto, no los dejemos a la deriva, seamos su faro y su brújula en las oscuras noches de su invierno.