Parlamento
Muchas democracias occidentales funcionan como sigue: el pueblo elige, mediante su voto, a unos ciudadanos, sus representantes. Estos, si cuentan con el número de votos suficientes, pasan a ocupar un escaño en el parlamento. Las personas que ocupan un escaño reciben el nombre de diputados. Los diputados, por su parte, están organizados en partidos políticos. En el parlamento se discuten las leyes y se votan. Bueno, no diré mucho más. Lo que quiero es que tengamos una idea de lo que es un parlamento lo suficientemente amplia para que quepan tantos sistemas democráticos como sea posible. A fin de cuentas, este blog se lee en varios países de habla hispana. Pero sigamos con lo nuestro. Hasta ahora todo suena bien: algunos ciudadanos deciden agruparse en partidos políticos, a través de los cuales pueden presentar sus candidaturas y luego ser elegidos por sus conciudadanos para que representen al pueblo y decidan las leyes por las que dicho pueblo se regirá. A pesar de lo bien que suena, en la práctica es bastante nefasto.
Los partidos políticos en el parlamento
Aunque detesto a Platón en muchos aspectos, lo cierto es que a veces uno no tiene más remedio que ponerse platónico. Desde mi punto de vista, cuando se trata de legislar hemos de guiarnos por lo que es racional, razonable y verdadero y no por aquello que suena bien o que mi partido dice que nos ha de guiar. Hasta aquí soy platónico. A diferencia de Platón, creo que cualquiera está bien capacitado para distinguir lo racional, razonable y verdadero de lo irracional, irreflexivo y falso. Seguramente, como para casi todo en esta vida, algunos serán más avispados que otros, pero, en general, cualquiera está capacitado para ello.
¿Y qué tiene que ver esto con los parlamentos? Bueno, yo invito a cualquiera a que mire una sesión plenaria durante cinco minutos. Lo que se verá es una manifestación de cómo la democracia de partidos corrompe los parlamentos. Los diputados no votan las leyes porque las consideren racionales, razonables y se basen en verdades (las leyes no son ni verdaderas ni falsas, pero pueden basarse en verdades o falsedades), sino porque en su partido les han ordenado, prescrito e impuesto que voten esa ley o que no lo hagan (a esto se le llama en España «disciplina de partido» es un eufemismo para «dictadura encubierta»). Pero todavía más se manifiesta esta dictadura del partido político durante las discusiones de las leyes. Aquí se ve cómo los diputados no se ríen de los chistes porque son graciosos, sino porque el orador que los cuenta pertenece a su partido. Y cuando el orador es aplaudido, nunca lo es por todo el parlamento y solo lo es por los miembros del partido al que pertenece. De hecho, la mayoría de discursos que se escuchan en los parlamentos no son ni racionales ni razonables ni tienen base en lo verdadero. Y la mayoría de los oradores, de los diputados o miembros del gobierno de turno que hablan en el parlamento, ni son graciosos ni lo suficientemente elocuentes como para merecer el aplauso.
Un parlamento de facciones
Cuando lo importante es lo que dice el de mi partido, cuando lo que se vota es lo que me dice el partido, cuando lo gracioso es lo que dice el de mi partido y lo elocuente igual, el partido se convierte en facción, es decir, en un grupo de personas que se ha unido porque sus miembros tienen ciertos fines comunes y ahora está aparte de los demás. Bueno, pero en principio esto es natural, a fin de cuentas, cada partido político tiene su proyecto. Esto es cierto, pero el problema es que cuando se votan leyes en función de lo prescrito por el partido, sin considerar que sean racionales, razonables y se basen en lo verdadero, entonces, muchas de las facciones políticas que ocupan los parlamentos no solo están opuestas entre sí, sino que sus intereses son opuestos a los de sus votantes.
Los intereses que se juegan en el parlamento
Seguramente, no todos los partidos políticos que tienen escaños en un parlamento son facciones en contra de los intereses del pueblo. Sin embargo, la mayoría de parlamentos del mundo occidental, están ocupados mayoritariamente por facciones antidemocráticas, en el sentido anteriormente expuesto. Sobre todo, en aquellos países en los que el bipartidismo es la regla. Estas facciones ni siquiera defienden intereses del partido, sino de otras personas (físicas o jurídicas) que, normalmente, han financiado al partido, es decir, han puesto la infraestructura económica para que la mayoría de los candidatos propuestos por el partido en cuestión lleguen a ocupar un escaño.
Por tanto, en un parlamento de facciones no existe una democracia real, sino solo una lucha descarada de intereses ajenos al pueblo.