La Ilusión
La ilusión es una percepción errónea, distorsionada principalmente por necesidades internos.
La esperanza es más genuina, porque significa esperar algo que puede o no llegar a ser pero que nos permite tener la motivación necesaria como para mantenernos ligados a la vida.
La ilusión es un sueño, una quimera, un juego con el destino, un espejismo que puede hacer la vida más placentera cuando la adversidad llama a la puerta.
¿Tenemos que renunciar a tener ilusiones?, o podemos aceptarlas y evaluarlas racionalmente para atrevernos a transformarlas en esperanzas reales.
Las ilusiones no permiten ver la realidad tal cual es, porque la transforman en otra cosa para poder integrarla.
Los que viven sólo con los pies en la tierra, aprovechan esa debilidad comprensible y humana para hacer buenos negocios. Son los que inventan los bingos o las loterías, que prometen verdaderos paraísos, ilusiones vanas, que jamás se cumplen porque siempre encierran en palabras chicas e ilegibles la trampa que nos impedirá cobrar los premios.
Sin embargo, seguimos creyendo en esa ilusión y como además aseguran que las ganancias son para hacer beneficencia, nos aligera la culpa de ser tan ingenuos.
La pérdida de alguien es dolorosa y más si se trata de un hijo. A veces no se puede soportar, porque parece contrariar la ley de la vida.
El don de la ilusión les concede a algunas personas privilegiadas ver por última vez a los seres que se han ido como si todavía estuvieran vivos.
Doña Rosa ya tenía noventa años cuando perdió a su hijo que ya tenía setenta. Tuvo un ataque al corazón mientras manejaba su remise y antes de desvanecerse llegó a estacionar el auto junto al cordón de la vereda.
La madre no pudo ir al hospital para verlo, porque no tenía quien la acompañara; pero luego me dijo que estaba tranquila porque él había venido a verla para despedirse.
Me aseguró que no parecía enfermo, estaba radiante, con su cuerpo iluminado como una lámpara. Su voz era jovial y no estaba triste ni deprimido como acostumbraba, sino alegre y vivaz como nunca lo había visto.
Parecía veinte años más joven y más alto, estaba muy bien vestido, como para ir a algún lugar elegante.
Antes de desaparecer como por encanto se acercó a su madre y mientras la besaba en la frente le dio las gracias y le pidió perdón por no haber sido el hijo que ella esperaba. Le dijo que no se preocupara que él se iba de viaje a un lugar mejor donde la felicidad es una realidad y no una quimera. Que la protegería desde allí siempre hasta que dejara este mundo y con él se reuniera.
Esa madre apenas lloró la muerte de su hijo. Se quedó convencida que estaba en algún lado, mejor que nunca, porque simplemente él se lo había dicho.
La ilusión desafía la razón, porque se maneja con la lógica del corazón que la razón no tiene.
¿Quién puede asegurar que fue una ilusión y no otra cosa? ¿Pueden las ilusiones ser reales cuando sólo las ve una persona?
Para Doña Rosa fue real y eso es lo que importa.