El Amor y el Perdón
El que sabe amar también sabe perdonar. Una madre siempre perdona a sus hijos, porque el amor de madre es incondicional, aman a sus hijos tal cual son y hagan lo que hagan.
Perdonar no significa olvidar, porque es necio el que tropieza dos veces con la misma piedra.
La gente no es perfecta y todos cometemos errores; y son los errores los que pueden dañar a otros y volverlos desconfiados y descreídos.
El que ama y puede perdonar a otro también se ama a si mismo y puede perdonarse sus propios errores; porque sólo el que se ama se puede perdonar.
El amor se demuestra más en los tiempos difíciles que en los momentos felices; porque el regocijo de los buenos tiempos puede impulsarnos a decir cosas que no sentimos profundamente.
Muchos no pueden volver a amar porque no pueden perdonar al causante de su desengaño y miden a todos con la misma vara.
La gente es diferente y aunque la tendencia actual sea el temor al compromiso, existen excepciones, porque hay mucha gente que todavía es leal y buena.
El que se odia a si mismo no puede amar ni perdonar; y sólo puede expresar hostilidad y violencia.
La capacidad de amar es una virtud y el perdón es la trascendencia del amor.
Vivimos rodeados de personas que nos pueden herir y el perdón es lo único que nos permite seguir viviendo en contacto con la gente. Pero el que no aprende de las experiencias es un necio.
No podemos encerrarnos y no ver más a nadie, porque nos han defraudado, porque vivir es relacionarse, pero sí podemos elegir con quienes nos relacionamos.
Vivimos comunicándonos y todo es información que espera una respuesta. No necesariamente todas las respuestas tienen que valorarse como verdaderas, porque los otros hablan desde sus creencias que no tienen por que ser las nuestras.
Si las personas tienen pleno control sobre su propia vida y se ha comprometido con sus propias convicciones, no tiene nada que temer en el amor, porque lo que digan los otros es válido sólo para ellos y no sirve para decidir su destino.
Cuando no perdonamos a los demás en realidad estamos enojados con nosotros mismos y no podemos perdonarnos por haber creído en ellos, por haber caído en la trampa de hacer lo que los ellos querían y no lo que queríamos nosotros.
Toda relación interpersonal tiene sus límites y para no sufrir decepciones y evitar que nos hieran, hay que comprender a los demás y a la vez hacernos cargo de nosotros mismos.
Somos nosotros los que abrimos las puertas de nuestra alma, los que les otorgamos el poder y la autoridad para avanzar a quien sea.
El otro es y será siempre un espejo de nosotros mismos y si tenemos alta la autoestima, somos capaces de tener convicciones propias y nos decidimos a elegir con quien nos vinculamos, ese otro será como nosotros, responderá de la misma forma en que lo tratemos y nos brindará la misma atención que le brindemos.
Es mejor evitar a las personas que no tienen capacidad para ser felices, porque nunca nos darán felicidad sino malos ratos y lo más probable es que la relación termine mal y nos sintamos abandonados o heridos por haber confiado; sin darnos cuenta que fuimos nosotros mismos los que les permitimos entrar en nuestras vidas y crear un fracaso.