El Perdón, Cinco Minutos Antes de la Muerte
Un avión cae y se hunde en el mar cerca de la costa y mueren ciento cincuenta personas que estaban a bordo. Una mujer madura, periodista de un diario de la zona, que escribe una columna sobre la actualidad, frustrada por no querer caer en la noticia fácil, encuentra al día siguiente, entre las rocas, una bolsa plástica con una nota que parece pertenecer a los restos del avión hundido.
Ese hecho fortuito le da la oportunidad de volcar en sus notas la búsqueda del destinatario y de convertirse en un éxito editorial.
Por supuesto la protagonista no puede evitar que los grandes medios quieran apropiarse de la noticia, sin embargo, como ella no ha dado a conocer el contenido del mensaje, está determinada a llevar sola esa responsabilidad y manejarlo sin hacer uso del circo mediático.
Este es el tema de una película que proyectaron anoche en un canal de cable que inspira preguntas filosóficas.
¿Qué harímos los últimos cinco minutos de nuestra existencia estando plenamente lúcidos frente a una situación de muerte trágica inminente?
Durante el atentado de las torres gemelas, muchas víctimas que sabían que iban a morir utilizaron sus celulares para hablar con sus familiares, mientras otros se tiraron de las ventanas temiendo más a la angustiosa espera que a la misma muerte.
Ese instante de plena conciencia infinitamente largo y a la vez corto puede servir para ayudar a los deudos a hacer el duelo, para reconciliarse con los seres queridos que se han distanciado, para resolver enigmas, para despedirse, para aprender, y en este caso particular, para producir un milagro en la ficción.
La columnista comienza la búsqueda del posible destinatario de la breve esquela que está dirigida a “T”, y firmada con la palabra “Papá”, únicos indicios para iniciar una investigación en el vasto universo de familiares de las víctimas cuyos nombres empezaban con esa letra.
El peregrinaje a través de los eventuales dueños de la misiva, dio un resultado inesperado, porque aún en aquellos que no tenían vinculación alguna con la víctima, el contenido del mensaje tuvo una repercusión en sus vidas.
¿Porque quién es el que en su vida no ha ofendido a su padre y no desee ser perdonado si él muriera?
¿Quién es el que no se sentiría feliz de interpretar como propio un mensaje del más allá encontrado en forma tan extraña?
¿Quién no aprovecharía para hacer las paces con quien se ha ido dejando conciencias intranquilas?
El que no ha perdido a un ser querido que ha ofendido se da cuenta que todavía está a tiempo para reparar errores, para pedir perdón o para reconciliarse si han estado distanciados.
Finalmente el mensaje fue recibido por quien correspondía produciéndose el milagro de resolver los conflictos antiguos de la periodista, que vivía con su propia sombra que la torturaba.
Una vez, hace muchos años, recibí una carta de una persona fallecida. Cuando llegó por correo, esa persona yacía enterrada desde hacía dos días.
Me contaba sus cosas de todos los días y también los proyectos que tenía. Me sentí impresionada, como si aún se estuviera comunicando conmigo desde arriba.
Siempre nos sentimos culpables por alguna cosa, por una palabra, o un olvido, una forma de pensar diferente o cualquier otra cosa intrascendente.
No esperemos a que la gente muera para ser gentiles y demostrarles nuestro afecto, hoy es más tarde de lo que creemos.