Para los antiguos griegos, la poesía sólo tenía sentido si servía al Estado y a la virtud. Por lo mismo que pensaban que debía estar al servicio de la verdad, también creían que debía ser sierva del bien común. Y, por tanto, sus objetivos tenían que ser instruir, educar y moralizar. Así, filósofos como Platón censuraban la poesía de su época, puesto que consideraba que no sólo no llevaba a cabo su función, sino que traicionaba su esencia. Para él, era moralmente perjudicial.
Sin embargo, con el paso del tiempo, incluso entre los propios seguidores de Platón, comenzaron a surgir dudas y se empezó a ver la poesía de manera diferente (como el resto de las artes). Vuelco que concluyó durante el helenismo… Aunque no del todo. En esta época, todavía grandes pensadores como Séneca se lamentaba del perjuicio que podía hacer el arte (y la poesía estaba incluida en el arte, claro) en los sentimientos; Marco Aurelio entendía la poesía como “una escuela de vida” y Ateneo como una forma de luchar contra el mal. Planteamientos que ponen de relieve una clara intención moralizante. Aunque el discurso no fuera ya tan beligerante como el del autor de La República.
Por otra parte, en esta época, como decimos, surgieron otras voces que planteaban nuevas ideas. Como la de Filodemo, que aseguraba que: