Realismo e Idealismo
El idealismo filosófico requiere un esfuerzo intelectual comparado con el realismo, porque parecería ir en contra de la tendencia del pensamiento natural que ha tenido el hombre desde el comienzo de la filosofía hasta el siglo XVI.
Hasta ese momento el filósofo se daba cuenta de su existencia en el mundo, suponía que todo lo que veía existía y además que su inteligencia podía tener idea de esas cosas.
Por el contrario el idealismo necesitó la superación de esa anterior actitud, por una necesidad histórica que exige adoptar una nueva forma de pensar no espontánea sino voluntaria.
El realismo, como forma de pensamiento, se abre a las cosas y va hacia ellas; pero el idealismo vuelve su atención hacia el si mismo, que es el foco de donde parte, con una actitud reflexiva.
En el realismo el conocimiento se inicia en las cosas mientras que en el idealismo el conocimiento es una actividad elaboradora de conceptos que va del hombre a las cosas.
Para el realismo el conocimiento es posterior a la realidad de las cosas, en tanto que para el idealismo la realidad de las cosas es la última acción del pensamiento, algo que hay que alcanzar pensando, descubriendo así un nuevo ser: el ser del pensamiento puro.
Hasta el surgimiento del idealismo se distinguía entre el pensamiento y el objeto. Todo pensamiento es un acto que contiene un objeto, o sea que lo pensado se pone en contacto mediato conmigo por medio del pensamiento como intermediario. El acto de pensar se necesita para conectarme con lo pensado.
En cambio, en el idealismo no se necesita de ningún intermediario, porque el pensamiento de lo pensado es inmediato, existiendo así una identidad entre el pensamiento y el yo, porque los pensamientos son indudables en cambio las cosas del exterior son dudosas.
Esa identidad entre el pensamiento y el yo es la base del idealismo de Descartes.
Frente a la pregunta metafísica sobre qué es lo que existe sin ninguna duda, descubre que sólo los pensamientos son indudables, porque me confirman que el yo existe porque está pensando, es una sustancia pensante.
Lo que subsiste del realismo es la noción de cosa en sí o sustancia que en el idealismo es el pensamiento.
Para los realistas las cosas están ahí, independientemente de mi y pueden llegar a ser conocidas por mi y contenidas en mis pensamientos.
Para el idealismo el yo pensante no es contenido de conciencia sino que es conciencia continente.
El Ser de los realistas es inteligible y el de los idealistas es un ser pensante. El acento recae sobre el acto de pensar que es el que capta el objeto y no el propio objeto.
El problema del idealismo es si realmente existe la realidad exterior, cuestión que no era problema para el realismo porque la realidad es dada.
El idealismo no puede salir del yo pensante porque la realidad debe ser demostrada, deducida o construida.
Para salir de este solipsismo, Descartes distingue entre pensamientos confusos, oscuros y los claros y distintos. Los pensamientos confusos son complejos y están compuestos por muchas cosas y sólo se los puede conocer analizándolos, reduciéndolos por ejemplo a formas geométricas, las cuales serían claras y distintas.
Pero un pensamiento por más claro y distinto que sea no prueba su existencia, porque como pensamiento nunca puede ser la garantía de que el objeto pensado corresponda a una realidad fuera de él.
Para salir de este atolladero, Descartes encuentra un solo pensamiento que existe fuera de él, que es la idea de Dios, una idea trascendente común a todos los hombres. Si Dios existe el mundo también existe, porque Dios es la razón de todas las cosas y su fundamento.
Fuente: Lecciones Preliminares de Filosofía, Manuel García Morente, Editorial Losada S.A., Buenos Aires, Argentina, 1973