Deseos
Para los epicúreos la amistad era una de los pilares de nuestra existencia, de nuestra felicidad y seguridad. Grosso modo esto es lo que vimos en nuestro último artículo que dedicamos a repasar las teorías morales epicúreas, que como dijimos al principio de la serie, sintetizaríamos en 40 tesis. De momento hemos desarrollado veintiocho de esas cuarenta, así que ya queda menos para terminar. Hoy analizaremos alguna más —que, como la última vez, no serán más que dos—. Veamos:
29. De los deseos que los seres humanos tenemos, de toda la serie de ellos, tenemos que comprender que hay tres clases: aquellos que son naturales y necesario; aquellos que son naturales pero no necesarios; y los que no son ni naturales ni necesarios, «sino que se originan en la vana opinión».
Entre los primeros, naturales y necesarios, encontraríamos los que aplacan el dolor, como el beber cuando se está sediento o el comer cuando se está hambriento. Ciertamente son deseos naturales y completamente necesarios para nuestra existencia; a los segundos, naturales pero no necesarios, pertenecerían aquellos que “diversifican” el placer pero no lo aplacan, como podría ser la comida lujosa. En este caso, es la comida lo necesario, lo otro (el lujo) nos puede otorgar placer, pero podríamos pasar sin ello y no morir de inanición; respecto a los últimos, Epicúreo asegura que no son naturales ni necesarios las estatuas honoríficas, por ejemplo.
Todo aquello que sirve para alimentar nuestro ego, y que no tiene ninguna otra función, formaría parte de esta clase de deseo.
30. Hay ciertos deseos naturales que de suyo no acarrean ningún dolor pero que de no ser colmados traen consigo una pasión muy intensa. Estos deseos, no dice Epicúreo, nacen de la vana opinión y no es su naturaleza la que hace que no desaparezcan, sino la propia vanidad de la persona que los siente.
De esta clasificación podemos colegir que habrá deseos que son más fáciles de eludir que otros, o cuando menos de controlar, ya que dependen más de nosotros. Así, el tener hambre o sed es difícil de controlar, si bien podemos aguantar más o menos sin comer o beber, pero el deseo seguirá estando ahí hasta que sea saciado de alguna forma. En último término, de no ser satisfecho, moriremos de inanición o de sed.
Sin embargo, los que nacen de la vana opinión, sean naturales o no —ya que por la clasificación que hemos visto no deberían ser considerados necesarios— por su propia naturaleza, depende de nosotros el tenerlos o no.
Es cierto que tendemos, todos los seres humanos en general, a querer honores y nos gusta que nos adulen, etc., pero no lo es menos que realmente podríamos vivir sin ello. Es la vana opinión, como asegura Epicuro y sus seguidores, lo que hacen surgir tales deseos. Así que bien podríamos embridarlos y mantenerlos bajo control. Lo cual ni siquiera supone el no aceptar honores o halagos, sino que, simplemente, no pretenderlos, ni desearlos, ni depender de ellos.
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