La belleza ecléctica
Cicerón fue el gran filósofo ecléctico. Tanto su pensamiento como su vida son un hilo conductor ideal para conocer las ideas de la escuela de la ecléctica durante el último periodo de la república romana, dominante durante esa época. Recordemos, porque es bueno tenerlo en mente, que los eclécticos se guiaban sobre la idea de recoger de todo lo mejor. Siendo la escuela fundamentalmente una síntesis de las ideas platónicas, aristotélicas y estoicas.
Así las cosas, por su propio funcionamiento, el eclecticismo no tenía mayor problema en las nociones estéticas generales, puesto que había cierto consenso entre las escuelas de las que ella bebía, así que no tenía que vivir en una suerte de esquizofrenia para mantener posturas divergentes.
En artículos anteriores ya hemos visto lo que otras escuelas decían sobre la belleza, el arte… Y en muchos aspectos el eclecticismo no hará sino repetirlas, así que tendremos, nosotros también, que volver a formularlas. Aunque seguro que nos viene bien para refrescar la memoria; en algunos casos, ya que en otros, lo que no nos hayan seguido hasta aquí, puede que les sea novedoso.
La belleza
Las grandes escuelas del helenismo admitían que la belleza consistía en orden, en proporción adecuada, medida y concordancia interna, entre las partes. No había duda, analizando estas características se podía determinar si “algo” o “alguien” era bello. Y Cicerón —anunciamos que vamos a seguir al pensador romano para sintetizar las tesis eclécticas— no podía ser de opinión contraria. Aunque, atentos, añadió cierta novedad.
Para Cicerón, como para el resto, decíamos, la belleza era ordo y convenientia partium. Pero, además, la belleza «atrae la mirada» hacia ella, nos «conmueve con su aspecto» del que depende. Así que, además de las condiciones dichas anteriormente, descubrimos que “aspecto” y “apariencia” también son características de la belleza.
Recordemos también que la noción antigua de belleza era tan amplia que abarcaba tanto la intelectual como la sensible, y que fueron los estoicos, ya en su primera etapa (en la conocida como “escuela antigua”) que separaron ambos conceptos, dotándoles de significado, cuando hablaban de belleza moral y su superioridad respecto a la sensible.
Cicerón no sólo asumirá la distinción estoica sino que, asintiendo con ellos, también reconocerá la superioridad existente de la belleza espiritual respecto a la sensible. Sin embargo, definió de forma más restringida la belleza sensorial, acotándola y dotándola de márgenes concretos.
El filósofo ecléctico entendía perfectamente las semejanzas entre la belleza espiritual, intelectual, y la sensorial, corporal, pero también veía sus diferencias. Para él, mientras que la primera era más un concepto moral-estético y se refería más a las costumbres, a los caracteres y a las acciones; la segunda, era un concepto puramente estético, referido exclusivamente a la apariencia.
El rasgo definitorio de la belleza moral es la conveniencia, que Cicerón tradujo al latín como decorum, y del que ya hablamos en un artículo anterior. Es está belleza la que conviene, mientras que la otra atrae nuestra mirada.
En este sentido, Cicerón cogió la distinción estoica entre belleza natural y humana trastocándola para que distinguiera entre belleza estética (pulchrum) y moral (decorum).
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